Apuntes sobre la televisión y el acto de ver

Productividad y rentabilidad se transformaron en los objetivos centrales de la TV. El tiempo se vuelve oro, entonces, la rapidez de la imagen reemplaza a la profundidad de la información y ésta se hace cada vez más breve, superficial e inconsistente. Se evita dar detalles que “complican” la vida del telespectador que ya no es un ciudadano al que hay que informar, sino un consumidor al que hay que proveer.
Los ejecutivos de los canales le dan importancia a informaciones  polémicas, tratadas en forma farandulera para mejorar los índices de audiencia y la rentabilidad comercial, y rechazan las noticias que requieren más explicación y tiempo, aún cuando sean importantes.
Los análisis detallados, con saberes especializados no tienen espacio televisivo y el invitado que cuestiona racionalmente algún argumento banal, que multiplica espectadores, es sacado literalmente de la consideración de la audiencia.
Giovanni Sartori, en su obra “Homo videns” advierte que la primacía de la imagen, la televisión, sobre la palabra escrita empobrece el entendimiento y la capacidad de abstracción y que esta situación significa un peligro para la vida democrática.

El acto de ver

La omnipresencia de la  televisión en la vida cotidiana significa un empobrecimiento sustancial de las capacidades del ser humano para conocer y entender, puesto que atrofia en buena medida, el nivel de abstracción y de pensamiento simbólico.
El papel de la televisión como fuente de entretenimiento no es puesto en duda, pero no puede convertirse en el centro de  actividad en la necesidad del ocio. Lo visual, incluyendo los videojuegos e Internet debieran ser un complemento de la palabra escrita y hablada, pero se ha convertido en el todo, en el ser central que nos educa políticamente y nos provee distracción en cada hora del día diluyendo el esfuerzo para mejores preparaciones intelectuales y humanas que provee la lectura y la participación activa en el destino de la comunidad a la que cada uno pertenece.
Los niños por ejemplo, ven decenas de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. En la actualidad, la impronta educacional es plenamente audiovisual, y si es excesiva la exposición, limita la imaginación y la creación de los más pequeños.
El ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello.
La televisión, ¿cómo representa conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.
El acto de ver como elemento formativo no se da solo en el seno particular, hay una invasión del espacio público que trasmite todo el tiempo valores estéticos y comerciales: hay televisión en todas las estaciones de los subterráneos, en todos los bares, en las principales esquinas de la ciudad. Esta invasión del espacio público produce, además,  una contaminación visual muy importante que no es tenida en cuenta.

El televidente, la información y la democracia

La televisión consiguió algo que nunca o casi nunca logró la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí es importante.
Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión, dicho de otra manera, lo que es, es lo que existe en la televisión.
Esta circunstancia es importante y nos lleva a analizar qué información se está ofreciendo por la televisión.
Sartori y otros analistas la divide en dos tipos: la subinformación, es decir, una información insuficiente que provoca reduccionismos peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso  y la desinformación, una distorsión y manipulación de las noticias en el afán de buscar siempre lo novedoso y excitante para generar audiencia.
Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador que si no sale por televisión no existe, sólo se muestra aquello que es susceptible de ser transformado en espectáculo, sean opiniones políticas,  peleas de actrices o asesinatos, da lo mismo.
Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público cautivado para formar opinión y tendencia.
Democracia es “poder del pueblo”, pero siempre se discute hasta qué punto el pueblo ejerce ese poder: ¿es sólo cuando elige a quien lo va a representar? ¿Por qué y cómo elige a ese representante? ¿Sabe su programa  de gobierno?
En este punto, salvo aquellos sujetos que participan y se involucran en la esfera política y social, en temas comunitarios, la gran mayoría está encerrada en su casa, educándose en buena medida con lo que nos trasmite los programas televisivos y la interacción a través de Internet.
Por lo tanto, hay una gran probabilidad que los directivos y empresarios que seleccionan las informaciones y temas a tratar en los medios masivos, entre ellos la televisión, se conviertan en administradores del orden simbólico de las masas y alimenten no solo opiniones, sino conductas concretas hacia el lado que quieren esos medios masivos, incluida  la elección de los candidatos políticos.

Como se forma la opinión

En el análisis de la formación de la opinión, Sartori dice, con claridad, que es necesario entender que la opinión no es saber, no es ciencia. Es un parecer, una idea subjetiva que no requiere de prueba alguna, son convicciones  frágiles y variables. Cuando esas opiniones están moldeadas por flujos de información masiva pueden ser “hetero-dirigidas”.
En el caso de la televisión el proceso de opinión se produce de arriba hacia abajo, por repetición constante, por la fuerza avasallante de la imagen repetida hasta el hartazgo, que elimina toda autoridad racional.
Otra forma de generar opinión “pública” son los sondeos y encuestas. Un grupo de personas opinan sobre un tema determinado, en una encuesta o en un reportaje al paso y los conductores de la televisión lo presentan como si así pensara el resto de los millones de ciudadanos que habitan un país y sugieren que se debería pensar así.
Para resumir estas ideas: las imágenes de acontecimientos son “voces  públicas” y se completan con las encuestas, las opiniones al paso o con alusiones de invitados opinadores sin formación sobre los temas que opina, o conductores televisivos que miran todo el tiempo el minuto a minuto a ver si el tema tratado da o no audiencia.
La formación de opinión está íntimamente relacionado con la agenda diaria que imponen los medios masivos y que luego los televidentes repiten como verdades reveladas, sin  búsqueda de información adicional para saber si la información está bien fundada o no, o si el tema que imponen como “lo más importante” es tan así.
El tratamiento televisivo en estos niveles de espectáculo y búsqueda de audiencia,  reduce la racionalidad  sin generar ninguna solución.  En realidad la televisión agranda los problemas y muchas veces los crea donde no existen.
En algunas épocas, es el tema de las violaciones o los asesinatos. Se tratan tres o cuatro casos, lamentables por cierto, que ocurrieron en lugares bien distantes entre sí. Se repite el suceso todo el día,  las 24 horas, en varios canales a la vez. Vienen los expertos y los opinadores hasta que el tema se agota luego de causar profunda zozobra a toda la teleaudiencia. Luego es el momento del narcotráfico, del paco, de los chicos que hacen la previa, de la infidelidad, de la violencia de parejas, y así, desfilan situaciones, puestas en escena, como en un gran circo multifacético, temas políticos que son tratados y mezclados con informaciones de la farándula, hasta ser instalados por la corte de opinadores sin preparación de ninguna especie sobre lo que opinan.
Estas constantes repeticiones pasan a ser “opinión pública”, “realidades absolutas”, sin análisis racionales, sin saberes complejos que expliquen las situaciones, pero más deliberado aún: ocultando aquellas acciones, personajes, acontecimientos, noticias, que se contraponen a esta enjundia negativa. Esta decisión parte del concepto del periodismo conducido por los grandes monopolios que hizo doctrina: una buena noticia no es noticia.
Hay una intencionalidad profundamente polìtica en esto: la trasmisión del desánimo constante, de la idea de que todo está mal, de que los jóvenes son drogadictos, borrachos o ladrones, que los políticos son corruptos, que no hay estado. Esto genera opinión, disposición, tendencia, perdida de referencias simbólicas.
Y esto va más allá de favorecer o no a algún candidato político para las próximas elecciones. Es una intencionalidad mucho más abarcadora, es la conformación, la reprogramación, la conducción del ser humano hacia los valores de la sociedad de consumo, donde el tener es más importante que el ser.

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