Sexualidad y coitocentrismo

Por Claudia Reynoso

 

Muchas veces hemos oído hablar de las relaciones sexuales en términos de “completas” o no.  Las  relaciones completas serían aquellas que incluyen  penetración y descarga eyaculatoria. Esto dejaría por fuera una amplia variedad de prácticas eróticas sumamente placenteras, dando cuenta que para una gran mayoría de personas tener “relaciones sexuales” tiene que ver con el coito.

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Este paradigma cultural tiene  una explicación biológica, es decir que la concepción de la práctica del coito  como la adecuada, legítima, normal, verdadera, genuina, de calidad, etc, tiene su raíz en la procreación, en la generación de una nueva vida.  Esta práctica tiene un lugar de privilegio en el imaginario ya que garantiza nuestra supervivencia como especie.

Es por esto que se considera al coito como la mejor forma de expresión sexual y que toda relación debería desembocar en él.

De acuerdo a este paradigma, quedarían al margen las prácticas no reproductivas, que son vistas como preámbulos, como complementos, son los llamados “juegos previos”, desestimándolos como recursos para gozar.

Estos juegos eróticos se denominan previos precisamente por la idea subyacente de que la relación sexual completa debería terminar en el coito, en la descarga orgásmica y eyaculadora del varón mediante la penetración.

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Los juegos eróticos, forzados en muchos de los casos, no se practican en función de dar y obtener placer, sino en función de arribar al coito lo más rápido posible. Generalmente son puestos en práctica para estimular la lubricación en la mujer. El hombre llegaría a través de ellos, de manera más rápida, a la penetración.

Teniendo en cuenta la escasa educación sexual, la concepción machista del sexo como expresión de fertilidad y la falta de comunicación en las parejas, entendemos por qué se sostiene este paradigma desde tiempos inmemoriales.

 

Desde hace relativamente poco tiempo se acepta que la mujer pueda también disfrutar de la sexualidad sin sentirse inmoral o culpable por esto. Culturalmente el varón era el responsable del placer de la mujer. Según este modelo, ella no tiene responsabilidad sobre su placer, sino que el hombre con su habilidad sería capaz de despertarlo  en ella. Haciendo, de esta manera, que toda la responsabilidad sobre el éxito o el fracaso en la relación sea pura y exclusivamente de él.

Es fundamental un cambio de mirada para el encuentro entre dos. Si el hombre está pendiente de su desempeño, de lograr una buena perfomance, penetrar y eyacular es más factible que la respuesta sexual se cohíba, ya que se genera ansiedad. Y cuando hay ansiedad se dificulta la excitación. Para una sexualidad sana es necesaria la entrega sin prejuicios.

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Si la mujer no se conoce, no sabe reconocer cuales son las prácticas que le dan placer, o no se siente capaz de manifestárselo a su compañero, difícilmente tendrá relaciones sexuales placenteras.

Nadie puede darle a otro lo que no es capaz de darse a sí mismo. Y es imposible vivir una sexualidad plena si solo estamos pendientes del goce del otro. Es por esto que en cuanto a la sexualidad, debemos ser “sanamente egoístas” y desarrollar la capacidad de abandonarnos a las sensaciones.

El universo sexual es amplio y maravilloso. Llegar al orgasmo no necesariamente debe ser el objetivo, si de gozar con la pareja se trata. La palabra sexo no es sinónimo de coito, ni la sexualidad lo es de la genitalidad.  Existen formas de vivir la sexualidad , donde los besos, las caricias, los roces, los masajes y demás estímulos son fuente de disfrute para ambos miembros de la pareja sin necesidad de penetración.

Existen otras maneras de “hacer el amor”.

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