¿Podría decirme dónde queda la felicidad?

Por Cecilia Berbogovoy

Hace muchos años conocí una persona que preguntaba a la gente por la calle: ¿Por favor, podría decirme dónde queda la felicidad? La pregunta era formulada rápidamente, como si se tratara de la averiguación de una dirección. Las respuestas eran tan variadas como inverosímiles: “yo no soy de aquí”, “no conozco el barrio”, “no tengo ni idea”, etc.

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Casi sonaba divertido observar la poca atención que las personas otorgan a las palabras que aparentemente escuchan, y cómo cobra importancia, en cambio, el gesto o la manera de formular la pregunta.

Me sigue interesando saber en dónde está la felicidad, pero con certeza no se halla en el aire que flota entre seres que no logran oír a otros.

En mi experiencia cotidiana como persona ciega, advierto que el escuchar tiene mucho  de comprometerse, de poner toda la atención en ese momento y en ese lugar.  El apuro del adentro que se inventa en la gran ciudad amplificada ahora por el uso del teléfono celular y sus juegos o «mensajitos» que posibilitan ausentarse del presente, para no hacerse cargo de todo aquello que implica la vida. Tal vez también la ausencia se genera en otros lugares internos, prioriza la velocidad y deja de lado el intercambio de energías. De eso se trata el saludo: unas pocas palabras que hacen sentir la presencia de otro ser humano que transita por esos caminos.

Resulta bastante frecuente que personas ancianas ofrezcan ayuda a los ciegos  por la calle. En estas ocasiones se suele vivir un real diálogo de almas. Lo que más me gusta en estos casos es preguntar a los mayores por sus experiencias de vida, anécdotas y recuerdos. Trato de acercar la conversación hacia esos temas y no dar mucho espacio para la queja. Siento que entonces florecen las palabras, se hace presente la pasión y hago mío el compromiso de escuchar.

Es así como la atención atenta vuela como una mariposa, a veces se posa sobre mí y a veces sobre otros, y a cada cual nos toca abrirnos a su aleteo y aceptar gustosos su presencia. Sólo el apuro del adentro quiebra el frágil cristal  del amor de estar presente en el momento presente y desperdicia  una delicada posibilidad de encuentro que, por su simplicidad, disimula el gran secreto de la sonrisa de los ángeles.

Y entonces, ¿dónde queda la felicidad? Tal vez en el instante de un encuentro, en la oportunidad de dar, de ayudar desde la experiencia personal, de regar con amistad o con agradecimiento el trayecto que compartimos. A veces, ese comienzo de tejido entre dos nos dura hasta que nuestros múltiples requerimientos nos lleven a atender otras cuestiones. A veces, el recuerdo de una sonrisa queda tierno en algún rincón del corazón. A veces, nos queda el sabor amargo de un rechazo o de una incomprensión apresurada huyendo de no se sabe qué.

Pero entonces, ¿dónde queda la felicidad? Seguramente que ella se encuentra en un tiempo presente, demorada en un instante infinito, iluminada y fugaz. Sorpresivamente la encuentro escondida en las cosas más sencillas o también en las más complicadas de entender o de vivir.

Está agazapada en cada pequeño o gran logro, en cada darse cuenta, en cada sí. Es veloz y cambiante, pero su aroma persiste en el tiempo, entibiándonos el corazón.

Salir al encuentro de la felicidad, con lo mucho o lo poco que hayamos caminado, es permanecer disponible, abierto al gran encuentro. Siento que la meta es el camino, y el domicilio buscado consiste en acompañarse con lo mejor de sí, suceda lo que suceda. Si consigo generar ese  acompañamiento  y disfrutar el día a día, habré comenzado a responder aquella famosa pregunta.

Cecilia Susana Bergoboy

 

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