“La filosofía no resuelve problemas, los crea”

Por Santiago Carrillo

En la esquina de las calles Costa Rica y Fitz Roy, en el barrio porteño de Palermo y a media cuadra del canal televisivo C5N, nos encontramos con el filósofo Darío Sztajnszrajber. De manera casual, antes de iniciar la entrevista ingresò a la cafetería Víctor Hugo Morales, el periodista y locutor uruguayo, que se acercó a la mesa para saludarlo gustoso. Darìo se levanta de su silla y un tenue “¿Cómo estás?” antecede al cálido abrazo con el relator.

Darío Sztajnszrajber es Licenciado en Filosofía, tiene 48 años y se autoproclama como docente: dicta clases en la Universidad de Buenos Aires, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y también pasó por primarios y secundarios. Ganó popularidad gracias a su trabajo de divulgación en Canal Encuentro, con el programa “Mentira la Verdad”.

Adan Julio 2016

PH: Paula Colavitto

También incursionò en el teatro: por un lado, con la obra Desencajados, una combinación de música y filosofía que realiza con su pareja, Lucrecia Pinto, y, por el otro, una serie de clases en la Ciudad Cultural Konex, donde el próximo 14 de julio se presentará junto al historiador Felipe Pigna para pensar el bicentenario de la independencia.

Darío está trabajando en la redacción de un nuevo libro, que tendrá la misma connotación del que publicó en 2013, “¿Para qué sirve la filosofía?”, una especie de crónicas mundanas en primera persona que transitan los principales cuestionamientos filosóficos, como la verdad o la muerte.

La cuarta temporada de “Mentira la Verdad”, en canal Encuentro se estrenará el próximo agosto con un estilo diferente a la acostumbrada ficción: una clase pública de dos horas en la calle con miles de personas que se acercaron espontáneamente; cada capítulo será un recorte de 20 minutos.

Darío nos cuenta que es amigo de las preguntas existenciales desde muy pequeño, cuando cursaba la escuela primaria y ya se cuestionaba sobre el origen de su presencia terrenal. Más adelante, en el secundario Nacional Mitre –que comenzó en dictadura y concluyó en democracia-, en la zona del Abasto, confirmó que se dedicaría en el ámbito de las humanidades y se anotó en Letras, en la Universidad de Buenos Aires.

Cuando cursaba el Ciclo Básico Común tuvo como profesor de filosofía a Tomás Abraham, quien le despertó nuevas inquietudes para elegir otro rumbo en el ámbito de las ciencias sociales. Finalmente, Darío se cambió a filosofía. Pasaron tres años para que tenga su primer, y tal vez la más importante, crisis vocacional. Sucedió cuando comenzó a militar en la Juventud Peronista, más específicamente en el Movimiento de Renovación Peronista –liderado por Chacho Álvarez-. Con el barro en los pies del trabajo social consideró que la filosofía era “muy pachorra”, y le perdió encanto a una carrera muy departamental, sin embargo, volvió a enamorarse de ella gracias a la docencia: “Para mí la docencia es una militancia y la filosofía es un medio. Cuando me preguntan a que me dedico, yo digo docente, no Licenciado en Filosofía”.

 

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PH: Paula Colavitto

-Como docente, ¿Cuál es tu mirada de la educación, del salario docente y el presupuesto universitario? 

-Creo que hay dos planos de análisis: uno estructural y otro coyuntural. En cuanto a la estructura, hay que pensar a la educación desde sus fundamentos y como institución. Se considera al docente como un “formador”, lo que para mi gusto es reaccionario: supone que el alumno no tiene forma. Y esa formación tiene que ver con inculcar un formato que se suscribe a una determinada norma. La educación tiene un problema estructural que tiene que ver con que se busca formar pensamiento crítico y espíritus libres, pero desde un formato que, como toda institución, tiende más bien a todo lo contrario.

Por otro lado, el análisis filosófico ayuda a pensar la coyuntura, pero no la resuelve. En los últimos años hubo una ampliación importante de presupuestos universitarios y creación de nuevas facultades en lugares donde históricamente no los había, que respondió a una política de democratización importante, que hoy encuentra una retracción en otro modelo de país. Las luchas coyunturales son importantes porque atienden la realidad concreta, pero es fundamental pensar la educación como fenómeno.

¿Qué diferencias observas entre los gobiernos de derecha y los postulados de la izquierda en políticas educativas?

-Ser de izquierda tiene que ver hoy con la deconstrucción, por eso la filosofía me parece útil para la emancipación. Deconstruir tiene que ver con entender que nada es definitivo, que no hay esencias en el mundo, que el poder se construye, sobre todo, en asociación al saber. Entonces, más que proponer, como hace la izquierda, la destrucción de un mundo por el reemplazo de otro mejor, la deconstrucción muestra que siempre que hay un sistema normativo hay violencia, que siempre tiene distintas formas. No se trata de salir de un sistema normativo para entrar a otro, el problema es la norma porque restringe. No me cierra la política tradicional, por eso creo que la libertad no tiene que ver con un lugar donde todos seamos libres, sino con estar desmarcándose todo el tiempo de aquellos   marcos que buscan imponer una concepción del mundo como si fuera la única. Desde ahí debe pararse la izquierda, porque la derecha es más inteligente en términos de poder: cuando tienen que aplastar se juntan sin problema, mientras que la izquierda se detiene a discutir en cómo debe hacerse la revolución.

-En la tercer temporada de Mentira la verdad  el personaje de Darío que interpretás corrompe sus ideales por vender el programa a una productora en Miami que banaliza los temas filosóficos. ¿Tuviste miedo que la ficción se convirtiera en realidad?

-Por supuesto, lo trabajamos porque es un miedo. De alguna manera lo que hicimos fue plantear hasta qué punto este trabajo que hacíamos podía salirse de sus propios límites e irse al opuesto.  En primer lugar, la masividad puede ir quitándole identidad a lo filosófico. A veces me pasa que en algunos lugares me piden que baje tanto el discurso, que parece que de filosofía no queda nada. Otro problema de los límites es con la predicación, porque hacer filosofía es cuestionar los dogmatismos de todo tipo y el miedo es caer en el propio dogmatismo: ¿hasta qué punto uno no puede convertirse en un predicador como en la parodia de la tercera temporada? Nosotros tomamos como referencia el personaje de Tom Cruise en Magnolia: un invocador que le habla a los hombres en contra de las mujeres, y ahí podemos hablar del último límite que es la autoayuda. En cuanto a lenguaje, la filosofía es muy similar al psicoanálisis, pero hay una diferencia de posición: la filosofía no resuelve problemas, los crea.

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PH: Paula Colavitto

-Otro de tus miedos es la muerte…

-Pero no en un sentido psicológico, sino más bien ontológico. La muerte es algo que postergamos todo el tiempo y entendemos que falta mucho para que suceda, aunque la verdad es que está a la vuelta de la esquina. Cuando pienso en la muerte me vuelve la angustia. Pero hay que ponerse en ese lugar, porque recordando mi condición finita se reconfigura nuestra vida. No le temo de manera inmediata, pero sí necesito volver todo el tiempo sobre mi condición de mortal para reinventar mi existencia.

En uno de tus capítulos sostenes que hay un retorno a lo religioso ¿en qué sentido lo afirmas?

-Creo que la religión es un ejercicio de pregunta a partir de los límites con los que el ser humano se encuentra. No es un retorno religioso en cuanto a las instituciones, sino una presencia de búsqueda que lo vemos en las creencias populares, el arte o en nuevos formatos de idolatría. Es religioso porque el humano jamás está conforme y se cuestiona todo el tiempo si hay algo más. Cuando las instituciones religiosas obturan y ponen un parche al dar una respuesta absoluta se traicionan a sí misma.

En la historia de nuestras instituciones en la civilización occidental, las religiones han perdido gran parte de su propósito originario que era la búsqueda existencial y se han vuelto empresas al servicio de la reproducción del propio poder. Sin embargo, hay algo del discurso religioso que me resulta interesante. No soy ateo pero porque no creo en la verdad, por ende no podría afirmar que Dios no existe. Tengo una relación amigable y cuestionadora con los avasallamientos que ha hecho la religión institucional en nombre de la creencia.

-¿Por qué te parece que la sociedad argentina tiende a rivalizar todo convirtiéndolo en un Boca o River?

-Existe una fibra muy humana que es la dicotomía, que nos ayuda a estar en el medio: construye la relación amigo-enemigo. Uno afirma su lugar porque sabe con quién se enfrenta, entonces cuanta más dicotomía hay en el planteo, más tranquila está esa persona en sus propios límites, porque tendría que asumir que está compuesto por un poco de todo. Pasa en el el fútbol, como deporte dual –ganar o perder- y entonces futboliza todo. Me preocupa que ese dispositivo se utilice en la política, en el hogar, en la pareja o un libro. Pensar todo futbolísticamente es el real problema.

Parecería que en esa tensión se va jugando siempre nuestra identidad: qué es lo que me identifica y con quién lo comparto, versus qué es aquello de lo que me siento más lejos y quiénes son mis diferentes. No hay identidad que no se afirme frente a una diferencia. El tema es cómo se despliega esa conexión, ya que la diferencia (el que no es como yo) a veces se me presenta e irrumpe, pero muchas otras veces no deja de ser una creación mía con todo el propósito de cultivar mi propia autoafirmación.

Tal vez vivamos tiempos donde todo se va futbolizando. Y esto supone una manera de pensarnos a nosotros mismos en la cual todo lo “otro”, todo lo extraño a mis costumbres, es inmediatamente puesto en el lugar de peligroso.

Me encanta el fútbol y soy -por esto que estoy diciendo- de los que tratan todo el tiempo de diferenciar los ámbitos: no todo es fútbol, sino que mucho ganaría el deporte si todo acabara adentro del partido y punto. Soy hincha de Estudiantes de la Plata . Me encanta cruzarme con alguien con la camiseta “pincha” y saludarlo, más en Buenos Aires. Y punto. Ni siquiera me interesa si el otro equipo pierde. Sólo hincho por el mío; quiero que gane. Pero no disfruto la derrota ajena. Trato de no futbolizar la vida, como trato de no totalizar nada.

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