Ellos Los locos

Por Santiago Carrillo

 

En el mes de agosto acontecieron dos fallos judiciales que enmarcan la problemática de la salud mental en el país. El 25, la Cámara Nacional de Casación Criminal y Correccional confirmó los sobreseimientos de las autoridades porteñas por la represión de la Policía Metropolitana contra los pacientes y trabajadores del Hospital Borda que el 26 de abril de 2013 intentaron resistir la demolición del Taller Protegido 19; medida que favoreció, con sus respectivos ascensos, al entonces jefe de Gobierno, Mauricio Macri, su vice, María Eugenia Vidal, el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, y al ministro de Justicia y Seguridad, Guillermo Montenegro.

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Por otro lado, el 10 de agosto la Justicia Federal ordenó la externación de cuatro pacientes internados en psiquiátricos porteños y bonaerenses, por el incumplimiento de la ley de salud mental 26.657 –sancionada en noviembre de 2010- por parte del Estado, que establece la creación de establecimientos de alternativos para minimizar las internaciones, y que se destinen a aquellas personas que no pueden valerse por sí mismas.

A la altura 373 de la calle Ramón Carrillo, en el barrio de Barracas, se encuentra desde 1865 el Hospital Municipal José Tiburcio Borda para atender a las personas con patologías psiquiátricas. Las relucientes rejas negras de la puerta dejan ver entre ellas un imponente edificio color rosado y ocre, en aparente buen estado.

A los pocos pasos de ingresar uno puede recibir la bienvenida. Como la de Gustavo, que usa un jean gastado, una remera algo sucia y un barbijo verde por el asma que lo aquejaba. Cuando se acercó, saludó como cualquier hijo de vecino que solo quiere acompañarte a la parada del colectivo para asegurarse que nada malo ocurra. Pero no tenía la menor idea hacia donde iba; podría ser más por la compañía misma, a su propio placer.

-¿Tenés algo de plata para prestarme?-, preguntó Gustavo.

-Tengo la billetera en la mochila-, contestó Sol, una joven de rizos rubios y ojos pequeños que tomaría unas fotos para difundir un taller de arte en el Borda.

-Dale, cuando llegues fíjate-.

 Después de caminar más de dos cuadras por dentro del predio, se veìa más precisiones que la de la fachada. Paredes despintadas, ventanas y puertas que rechinan de antiguas, y una insana soledad. El sol se aproximaba a su fresca posición de las 5 de la tarde de invierno y para el mediodía, el personal del hospital ya se había retirado.

Ellos, los “locos”, andaban por los parques sin destino. Algunos lo hacían acompañados, y en su mayoría solos. Pero estaban ahí, con sus miradas perdidas y ropas sucias. Y se dice suyas porque las llevaban puestas; anteriormente otro compañero las usó y más tarde las encontrará otro. No es que hayan perdido el sentido de la propiedad o fueran anarquistas: simplemente sucede que en los pabellones no tienen armarios propios y cuando el servicio de limpieza recoge las prendas directamente toman todo para que, una vez pulcras, el azar disponga lo que le corresponde a cada uno.

Sin embargo, en medio de uno de los parques, un grupo pintaba de los más diversos colores unos cajones de pintura que serían muebles ecológicos. Era el grupo “Del Tomate”, un taller de arte voluntario que organizan estudiantes de psicología de la Universidad de Buenos Aires para aportar una terapia alternativa.

Hacia 2001, en plena crisis económica, los vecinos de Barracas tomaron una abandonada fábrica de pastas en un subsuelo del Borda para armar una panadería y afrontar la falta de empleo. Con el tiempo la situación se acomodó y los pacientes, al ver movimiento, comenzaron a acercarse. Desbordados, la panadería acudió a la Facultad de psicología para pedir contención, que fue brindada desde la agrupación El Brote. Desde ese entonces funciona “El Pan del Borda”: un taller orientado al oficio con una organización horizontal.

En 2012, unas topadoras comenzaron a demoler el lugar sin saber que había personas trabajando allí dentro. El Gobierno porteño fue el ejecutor de arrasar con ese espacio, por una vieja ambición del macrismo de “revalorizar” la zona sur porteña y construir un centro cívico con oficinas. Fue también el gobierno que en el mismo año cortó el gas durante ocho meses. Las intenciones del vaciamiento del Borda tuvieron su coronación unos meses después, en abril de 2013, con aquella represión a pacientes y trabajadores que resistían la demolición del Taller Protegido 19, que tenía, y poco les importó, una medida cautelar para su resguardo.

En tal contexto nació Del Tomate, que en septiembre cumple cuatro años. La violencia de la policía, que arrojó gases y pegó con sus palos a los que pedían clemencia desde el suelo, generó más voluntarios indignados desde varias carreras diferentes. Sara, una de las integrantes, explicaría que para ellos “la salud es una concepción integral. Es entender a la salud que no es ausencia de enfermedad, porque en ese caso la única intervención sería una operación o medicación, entre otras. Hay muchas situaciones que inciden en la salud, como biológicas, sociales y habitacionales. Uno puede ser promotor de salud sin medicar, porque hay cuestiones fundamentales como la educación”.

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-¿Cuál es la importancia del trabajo artístico con los pacientes?-

 “Tiene que ver desde lo subjetivo”, contesta Sara. “En cualquier producción de arte se deja algo propio, ya sea un personaje de un cuento o un dibujo. El paradigma que tenemos es la ‘desmanicomialización’, que apunta a recuperar a la persona del padecimiento, y que no sea solo un padecimiento. El arte sirve para que el sujeto saque algo de sí mismo, que pueda decidir qué le gusta y qué no.”

El trabajo cultural también aportó que se generaran lazos de contención entre los mismos compañeros del Borda, que ni siquiera se saludaban cuando asistían al taller. Melissa, otra integrante del grupo, cuenta el caso de Leo, un carismático muchacho morocho y de ojos celestes: “Al principio venía al taller y miraba de lejos, hablaba por celular y se hacía el interesante. Nosotros lo respetábamos. Hasta que se incluyó cada vez más, dejó de ser esa persona seria y hoy no para de hacer chistes”.

Los talleristas tenían el compromiso con el Director del Borda de llevar informes de cada persona que asistiera al taller. Uno de esos documentos era de Leo, el cual le confirmaba a su psiquiatra la mejoría en las relaciones sociales.

-¿Cómo que habla con ustedes?-, preguntó inquieto el psiquiatra de Leo –acá se lleva mal con todos-.

-Es como le decimos, se saluda con todos y comenzó a ser una persona importante para los demás-

Tal fue así, que hace unos meses otro compañero quería escaparse del hospital y Leo se dispuso a contenerlo: “¿Vos te querés ir? Bueno, pero ¿tenés plata? ¿En qué condiciones estás? Mirate, estás completamente empastillado… ¿Hasta dónde podrás llegar?”. Sara  se sorprendió porque no esperaba de Leo una actitud tan centrada. “Pero es a lo que apuntamos, que salgan de la pasividad tremenda del manicomio y tengan un rol activo. Para eso sirve el arte”.

             Loco este mundo,

            Que unos pocos

            Se quedan lo de muchos.

 

                                                    Loco este mundo,

                                                   Que arroja al olvido

                                                  A los improductivos.

 

Los talleristas que asisten al Borda cada jueves notan que desde la institución hay una falta de atención y abandono a ciertas personas. Lo percibieron por las reiteradas veces que los pacientes les piden que sean sus psicólogas, ya que los propios los atienden 15 minutos en un pasillo cada 15 días. Amarilis, uno de los internados, recuerda el caso de un compañero que murió el año pasado: “Jorge andaba en silla de ruedas y se la sacaban para dejarlo tirado en la cama. La última vez que lo vi, él nos vio y nos llamó desde lejos. Fue tremendo, porque los enfermeros lo dejaban ahí para que no moleste y cuando nos vio dijo ‘hoy es jueves, vinieron mis amigos, por favor vayamos para allá’ y la silla de ruedas no estaba. Otras veces lo dejaban sin pantalones para que no saliera”.

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La vista gorda

En el año 2013 se reglamentó la Ley 26.657 de Salud Mental, que establece el derecho de los pacientes “A recibir tratamientos alternativos y personalizados” y que la internación “Solo debe efectuarse cuando aporte mayores beneficios, siendo del menor tiempo posible”, asegurado por el Estado que debe proveer de establecimientos de internación intermedia. El espíritu de la ley es que no haya personas internadas por 40 años, como Gustavo que en su documento tiene anotado como domicilio la dirección del Borda.

Sin embargo, el Estado nacional ha incumplido con la normativa y no generó los dispositivos necesarios para su aplicación. Tal es así, que la resolución del Juez en lo Contencioso y Administrativo número 9, Pablo Cayssials, dispuso la externación de cuatro personas que no debían estar internadas. Además, ordenó que los Ejecutivos nacional y porteño presenten un “plan de acción” para ajustarse a la ley, que sucederá el próximo 7 de septiembre en una audiencia “para todos aquellos que se encuentren en la misma situación”. La sentencia también ordenó la creación de “establecimientos comunitarios”.

Fuentes del Juzgado 9 le confirmaron al Adán de Buenos Ayres que no ha habido una política económica para habilitar las casas de medio camino. No solo hay un incumplimiento de la ley, sino también de una orden del mismo juzgado del año pasado para concluir con las internaciones. “En la audiencia se definirán las políticas de discapacidades”, adelantaron.

Por su parte, Hernán Scorofitz, psicólogo que trabaja en el Borda, consideró que la ley tiene puntos “muy rescatables”, pero que, en nombre de la desmanicomización, “pretende un proceso gradual de cierre de los hospitales monovalentes”. Luego, explicó que se trata de un ajuste en la salud pública que “está lejos de ser los paradigmas que se dieron en Italia y se tercerizan los sectores intermedios, como centros de día o casas de medio camino”.

Según la Ley de Salud Mental, a partir de acuerdos internacionales, hacia el año 2020 no tiene que haber ningún Hospital Monovalente –como el Moyano o el Borda-. Pero Scorofiz opina que “la transformación en salud tiene que estar acompañada de una transformación social”, en la que apoyaría el cierre de los manicomios si en cada comuna, en cada provincia, se abriera un centro de día, con trabajadores de distintas disciplinas y talleres protegidos.

Florencia, tallerista Del Tomate, fue más tajante y simple: “No se cumple porque los locos no votan”. “¿Por qué un político va a hacer algo por alguien si no le sirve?”. “Tuvieron la victoria política con la ley. Pero no hay voluntad para cumplirla porque es más fácil tener un hospital monovalente, el tacho de basura del sistema. ¿Qué persona con padecimiento puede trabajar ocho horas en una fábrica?”.

Mientras, el Tomate arma cada dinámica para cada jueves, porque saben que otra salud es posible. Por ejemplo Darío, un paciente del Borda que aportó una idea para cuando tengan su revista. Le pedirán a los psiquiatras cada patología y ellos, los locos, serán los únicos dueños de la verdad cuando la escriban.

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