Vivir apurado, un mal de nuestros días

Hoy en día es muy común escuchar frases como “ando corriendo de un lado al otro”, “no tengo tiempo”, “el tiempo no me alcanza”, “estoy a mil”. Estamos tan acostumbrados a escucharlas y pronunciarlas que –y  tal vez, por esa misma “falta de tiempo”- no nos detenemos a pensar en lo que implican. Lo cierto es que la generalización de estas expresiones pone de manifiesto que convivimos con una constante sensación de escasez de tiempo. 

Muy probablemente, una de las cuestiones que motiva esta percepción es la aceleración del ritmo de vida en las grandes ciudades como la nuestra. Esto no es nuevo, es una característica de la Modernidad desde sus inicios, y que viene agudizándose hasta nuestros días. Efectivamente, la sensación general de una aceleración ha acompañado a la sociedad moderna al
menos desde mediados del siglo XVIII.

Este fenómeno de aceleración alcanza su máxima expresión en las grandes ciudades – Buenos Aires es una de ellas – y afecta a algunos sectores de la población más que a otros, dependiendo de sus características económicas, sociales y culturales. Quienes aún no entran –o no entran de lleno- en esta lógica son los menos alcanzados por los procesos de modernización, sus dinámicas de consumo y producción y sus patrones sociales y culturales.

La aceleración del ritmo de vida y la tecnología

La aceleración del ritmo de vida es comúnmente asociada al cambio tecnológico, especialmente al rápido e incesante avance de las tecnologías de la comunicación y a la velocidad típica de las comunicaciones virtuales, en suma a la llamada “Revolución Digital” que habría impregnado todos los aspectos de nuestra existencia. Pero, ¿cuál es la relación entre la aceleración del ritmo de vida y la aceleración tecnológica?

De la mano del avance tecnológico tiene lugar un aumento exponencial de la velocidad de las acciones humanas. Es decir que hacemos más cosas en menos tiempo. Junto con esto se reducen las pausas e intervalos entre una tarea y otra, y/o se realizan más cosas de manera simultánea, como cocinar, ver televisión y hablar por teléfono al mismo tiempo. Así, estaríamos ante un incremento del “tiempo libre” pero, sin embargo, nos encontramos en una verdadera carrera contra el tiempo y experimentamos una disminución del mismo. 

Desde luego, esto ejerce una gran presión sobre la psiquis de los individuos, que es lo que cada uno de nosotros percibe cotidianamente. Genera estrés y ansiedad y, muchas veces, una sensación de estar al borde del colapso. 

Es decir que, a pesar de que la aceleración tecnológica podría frenar nuestro ritmo de vida, lo aumenta. El tiempo no se vuelve más abundante sino, por el contrario, cada vez más escaso.

Multiplicación de actividades 

Si esto ocurre, debemos pensar que una de las cosas que ha crecido es la cantidad de actividades que hacemos. Es decir, el tiempo que quedaría libre por usar tecnologías que acortan el tiempo de las tareas (por ejemplo, el uso de microondas para cocinar, PC para trabajar, transacciones y trámites on-line) evidentemente se usa para muchas otras cosas. 

En efecto, toda una nueva gama de actividades ha venido de la mano de Internet y de las crecientes ofertas de consumo de productos y servicios creados por sociedad capitalista actual.

 Es decir que, a la par que se reduce el tiempo para realizar esas opciones, aumenta la “oferta” de las mismas. La realización de las opciones que van surgiendo se vuelve un imperativo para las personas –independientemente de su capacidad de acceso y consumo- a fin de seguir el ritmo de la vida social y los patrones culturales dominantes. No hacerlo sería “quedarse atrás”, lo que significaría “quedarse afuera”. 

Quedar afuera por estar pasado de moda, no sólo en cuanto al uso de equipamiento tecnológico, sino también en cuanto a la vestimenta, las actividades, el conocimiento y el lenguaje.

En este contexto, las personas sienten una inmensa presión por mantener el ritmo acorde a la velocidad del cambio que experimentan en su mundo social y tecnológico para evitar la pérdida de opciones.

Así, la aceleración del ritmo de vida tiene motores no sólo económicos sino también culturales y sociales, que actúan en conjunto.

Falsas promesas

La promesa de nuestro tiempo de abarcar todo lo ofrecido por el mercado, por Internet, por la industria del entretenimiento, nunca se cumple, ya que las mismas técnicas que permiten la realización acelerada de opciones aumentan a la vez el número de opciones a una tasa exponencial. 

En otras palabras, la proliferación de actividades es tal que supera infinitamente las posibilidades de realizarlas. Así que, por más que aumentemos nuestro ritmo de vida, la porción realizada es cada vez menor.

Por otra parte, la aceleración social encuentra límites en la naturaleza, como el tiempo que necesita la mayoría de los recursos naturales para reproducirse, y en el hombre, como la velocidad de la percepción y el procesamiento en nuestros cerebros y cuerpos.

Estos límites parecen ser infranqueables, por lo cual no estaría demás detenernos y preguntarnos si esta aceleración vale la pena, si es necesaria, si es saludable, a dónde nos conduce, si hay “otras opciones” y a dónde queremos llegar.

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