Por Ricardo Guaglianone. “La muerte es una ilusión creada por nuestra conciencia. Hay vida después de la muerte”.
Esta afirmación no proviene de un sacerdote, un pastor, un asceta hindú o algún rabino.
Los físicos quánticos dicen: “los humanos creemos en la muerte porque nos han enseñado a creer que morimos; es decir, nuestra conciencia asocia la vida con el cuerpo, y sabemos que el cuerpo muere… la vida es solo la actividad del carbono y una mezcla de moléculas; vivimos un tiempo y después nos diluimos bajo tierra”.
La medicina tradicional también dice que el ritmo incesante de vida y muerte se encuentra presente en nuestro propio cuerpo: “todas las células mueren rápidamente y las reemplazan otras nuevas, incluso las neuronas. Algunas permanecen vivas unos seis o siete años, otras llegan a los diez años. Los glóbulos rojos viven unos 120 días, las células de la piel apenas dos o tres semanas. Salvo alguna zona del cerebro, todo nuestro cuerpo habrá muerto varias veces si vivimos solo algunas décadas”.
Pero aunque comprendamos que nuestra existencia es una infinita sucesión de vida y muerte, el apego a la vida material es profundo. La identificación con los afectos y los logros, el ritmo frenético de nuestro tiempo más una inconsciente negación de nuestra finitud, dejan poco margen para pensar sobre la vida, la muerte y el sentido de la existencia.
En la cultura occidental la muerte está asociada a la disolución del “yo”, que esta omnipresente en una construcción social de carácter individualista que nos aleja de la idea de un “Todo” que nos contiene, del que somos parte y estamos unidos por el hilo invisible que alimenta todos los alientos por igual.
Las distintas creencias
“La leyenda dice que sucedió en las calles de Bagdad. Un mercader mandó a su sirviente hacia el mercado. Pero pronto regresó temblando y muy agitado, y dijo a su amo: “En el mercado fui empujado por una mujer en la multitud, y cuando me giré, vi que la que me empujó era la muerte. Ella me miró e hizo un gesto amenazador. Amo, préstame tu caballo, porque debo huir lejos para evitarla. Correré a Samarra y allí me esconderé, y la muerte no me encontrará”.
El mercader le dejó su caballo y el sirviente se alejó en una nube de polvo. Poco después el mercader fue al mercado y vio a la muerte de pie en medio de la multitud, y le dijo a ella: ¨¿Por qué asustaste a mi siervo esta mañana? , ¿Porqué hiciste ese gesto amenazador a mi siervo? ¨. “Ese no fue un gesto de amenaza”, dijo la muerte, “fue solamente un gesto de sorpresa. Estaba sorprendida de verle a él aquí en Bagdad, ¡porque tengo una cita con él esta noche en Samarra!”.
Para el cristiano la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna.
Las escrituras dicen que llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado y al final, hasta ese cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11)
El cristiano imbuido por la fe, ve la muerte con ojos distintos de los del mundo y espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, la redención eterna a través de su fe en Cristo.
El mismo San Pablo se queja «del cuerpo de pecado» pidiendo ser liberado ya de él. «Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia» (Fip.1:21):»Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes”.
La religión judía no acepta el concepto mundano de la muerte: la vida es pasajera y limitada, sin importar los años que vivamos, frente a la eternidad. Como se dice que la muerte de Dios no existe, tampoco muere el alma (que es parte de Dios); el cuerpo es la vestimenta del alma. Cuando el alma se desprende del cuerpo, ya no tiene limitaciones físicas, como en vida. Al panteón, los judíos le llaman Bet Hajayim (casa de los vivos) porque consideran que la vida es eterna.
En el Islam La voz árabe waft, del verbo tawaffà, significa «muerte», entendida como el fin puesto por Dios al período predeterminado de la existencia del ser humano.
La muerte, así entendida, es el plazo concedido por Dios al hombre, pero no el final de la vida, sino el puente a una vida perdurable.
“Dondequiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aún si estáis en torres elevadas (IV, 78)”. La muerte es el trance previo a la recompensa o al castigo según como hayan sido las obras en esta vida y se habla de la existencia de dos muertes -el estado antes del nacimiento y el fin de esta vida- a las que siguen dos vidas, el nacimiento y la resurrección (Corán, II,29; XL,12).
A su vez, el budismo enseña cómo afrontar la disolución progresiva en el proceso de la muerte en los niveles físico, emocional, mental y espiritual. El budismo concibe la muerte como imbricada íntimamente con la vida: lo esencial es que la experiencia subjetiva de la propia muerte va más allá de la disolución del cuerpo, y que existe un “principio de consciencia” del estado de la mente, iluminada y en paz, u oscurecida, aferrandose a lo material y la aversión.
Para el hinduísmo la muerte es un pasaje a otra forma de ser que puede ascender o recaer en el proceso de reencarnación, y lo que importa es ser lo más virtuosos posibles para ascender y renacer post mortem. La muerte es solo un pasaje de un estado a otro del ser, en una eterna transmigración hasta lograr liberarse de las ataduras materiales. En casi todos los funerales hinduistas los cuerpos son cremados para que no caigan en la corrupción y las almas asciendan directamente al cielo hasta su regreso.
Los universos paralelos de la física quántica
La física quántica se puede decir que es una de las disciplinas científicas más cercanas a la idea de una energía universal que sostiene todo lo que existe y afirman que vida y muerte son un ritmo de energía y materia en incesante transformación: “Las millones de neuronas que tenemos al comienzo de la vida, empiezan a morir a partir de los 14 años a razón de miles diariamente”.
El universo de la biocéntrica en la teoría quántica, explica que la muerte, simplemente, no puede ser tan terminal como creemos.
“Si aceptamos la teoría de que el espacio y el tiempo simplemente son ‘herramientas de nuestra mente’, entonces la muerte y la idea de la inmortalidad existen en un mundo sin límites espaciales ni lineales”.
Los físicos quánticos creen que hay una cantidad infinita de universos en los que diversas variaciones de personas y situaciones existen y ocurren simultáneamente.
“Todo lo que puede suceder, sucede en algún momento en todos estos ‘multiversos’ (los múltiples universos posibles), entonces, la muerte no puede existir en un sentido real. Cuando morimos, nuestra vida se convierte en una «flor perenne que vuelve a florecer en los universos paralelos».
La vida
Como casi todas las cuestiones de una sociedad volcada al consumo y aferrada a la vida material, la muerte se ha convertido en un negocio y en este tiempo, esas pláticas de antaño, acerca de la misión del hombre, el sentido de la existencia, el misterio del más allá, prácticamente han desaparecido de la vida pública. Solo reaccionamos cuando alguien cercano, un familiar, un amigo o un personaje muy conocido fallecen, llevando nuestra mente por unos instantes a la más cruda ignorancia, sufrimiento y frustración.
La muerte del otro es un espejo que nos llama a la realidad: somos finitos, estamos de paso, se diluye la importancia de lo material, tenemos preguntas y solo la fe o la indiferencia.
En Oriente, casi todas las culturas antiguas tienen su libro de la muerte, escritos para la reflexión en vida y con un sentido de preparación espiritual del paso inevitable.
En occidente, si seguimos aferrados solo a las realizaciones materiales como fundamento y justificación de nuestra existencia, como pretenden hacernos vivir los que impulsan una sociedad de consumo sin alma ni corazón, perderemos esa experiencia incomparable de sentirnos parte de un Todo Mayor, de un Vida que todo lo abarca y que es percibida si desplegamos el amor a todo lo que existe: una sola Vida Universal, con distintas expresiones, una de ellas, la nuestra.
En la antigüedad, y sería bueno volver a esas fuentes, están las grandes líneas que guían a la humanidad en las preguntas esenciales: los grandes filósofos, los maestros, los profetas, han dejado muchas reflexiones y enseñanzas para que los humanos nos aboquemos a esa búsqueda de sentido y de unión con el universo mayor y con Dios.
Y como dicen esas enseñanzas, cuando buscamos, las respuestas surgen desde el interior de la vida de cada uno, no de voces externas.