EL AUTO

– Yo no lo hice, grita mientras golpea con el puño la mesa de madera. Ya les dije todo lo que sé. ¿Que más quieren de mi?
El inspector Doyen, tranquilo, sentado en una silla frente a Nestor, lo mira sin dejar entrever sus pensamientos.
– Si todo lo que decís es verdad ¿Qué hacía tu auto estacionado frente a la casa de Alicia?
– Mire, yo no la volví a ver desde que nos separamos. Ni siquiera se donde vive. Ya le expliqué que el auto lo vendí hace tres meses. Necesitaba la plata.
– Pero sigue a tu nombre.
– ¡Que se yo! No lo habrán transferido. Ya le mostré los papeles de venta y la copia del recibo del dinero.
– Que bien pueden ser falsos.
– ¡Pero no lo son!
Y esa noche ¿Qué estabas haciendo?
Néestor se reacomoda en la silla, que apenas puede contener su enorme cuerpo.
– Estaba en mi casa, con mi pareja. Cenamos los dos solos, vimos una película en la tele y nos acostamos a eso de la una de la mañana.
– ¿Y ella donde está?
– Se fue de casa hace una semana, no me dijo adonde.
– ¿Y no trataste de ubicarla?
– Traté, pero fue inútil. La busqué por todos lados. Les pregunté a los que la conocían. Recorrí los lugares en los que estuvimos juntos. Dio de baja su celular, así que me es imposible llamarla. La extraño.
– ¿La fajabas?
– No, a ella no. Por favor encuéntrenla.
– Mirá Nestor, te conocemos desde hace tiempo, siempre por tus malditas peleas. Pero esto es distinto. Tenemos testigos que vieron tu auto estacionado frente a la casa donde se cometió un crimen. La víctima es tu ex esposa, quien te dejó por las palizas que le dabas. El juicio de divorcio, según palabras de tu propio abogado, te está llevando a la ruina. El único testigo, que podría corroborar tus palabras, desapareció. Y no podemos constatar que hayas vendido tu vehículo. ¿Me podés decir como mierda hago para creerte?
– ¿Por qué no averiguan de quién es ese auto ahora? Ya saben donde lo vendí.
El ruido de la puerta al abrirse los hace mirar a la figura, bien trajeada, del teniente Falter quien, dirigiéndose a Doyen dice:
– Por ahora nada. Ni rastros de la tal Mónica. Simplemente desapareció, si es que alguna vez existió.
– ¿Alguien me vio matarla?
Las venas del cuello como gordos gusanos azules, la cara roja, la transpiración cayendo de su frente. El enojo que pugna por salir y no se atreve.
– ¿Alguien me vio? Repite casi gritando.
Los policías se miran, cómplices.
– Sabés que no, dice Doyen, ahora de pié y mirándolo desde sus casi dos metros de altura. Si alguien te hubiera visto ya estarías preso. Por ahora son solo interrogatorios amistosos.
– ¿Amistosos? Yo no quiero ninguna amistad con ustedes. Me quieren meter en un quilombo que no es mío para sacarse el despelote de encima.
– Mirá Nestor, dice calmadamente Falter. Sos el principal sospechoso. Tenés antecedentes de violencia. Creo que te conviene conseguir un buen abogado porque estás hasta las manos. Por ahora no podemos detenerte, y lo sabés. Pero ojo, vamos a estar vigilándote día y noche, en tu casa, en la calle, en el trabajo. Vamos a estar con vos hasta en el baño. Ahora te podés ir. Un móvil te llevará hasta tu casa.
Es enorme. Debe agacharse para pasar por la abertura de la puerta. 2,10 metros de altura, 130 kilos, cabeza rapada. El tatuaje de un corazón y un cuchillo se distinguen en el brazo izquierdo. Salvo por la calva semeja un oso.
– ¿Y ahora que hago?, piensa recostado en su cama reforzada.
El sueño lo vence. Es una de las pocas peleas que no gana.
La luz del sol golpea los ojos cerrados y se despierta. Se ducha y desayuna.
Al salir ve el patrullero estacionado frente a su casa. Se dirige al lugar donde vendió el auto.
– ¡El encargado!, le ruge al empleado que se le acerca.
-Si señor. Ya lo llamo.
De la oficina del fondo, con andar displicente, viene a su encuentro un hombre que, al verlo, apura el paso.
– ¿Cómo le va señor, que lo trae por aquí?
– ¿A quien le vendió mi auto?
– No se. No lo tengo anotado. Fue una operación en efectivo y se lo llevaron. La policía vino por acá y me hizo la misma pregunta, miraron los registros y como no figura se fueron convencidos que esa operación nunca existió.
– Necesito saber quien es el dueño. No me importan un carajo sus papeles. ¡Dígame quien lo tiene!
La proximidad de Nestor lo hace trastabillar. En su cara ve la imagen de su propia destrucción.
– Juré no decirlo nunca. Me matará si sabe que hablé.
– Yo no voy a matarte, pero preferirás estar muerto.
Con una mano lo toma por el cuello y lo lleva al despacho.
– ¿Hablás o empiezo?
Fue un hombre. Blanco, morocho, alto, parecía físico culturista, con una cicatriz en la mejilla derecha. No quiso probarlo porque dijo que conocía el coche. Me pagó en efectivo y me dio una buena propina para no hacer figurar la venta, obligándome a jurar que nunca contaría nada.
– Jorge Olson, piensa inmediatamente Néstor.
Recuerda sus continuas peleas en los muelles, donde ambos trabajan como estibadores. En especial la última, donde vencido y con la mejilla derecha sangrante prometió vengarse. Todos juran venganza en la derrota.
Sale y se dirige al patrullero estacionado en frente de la agencia.
– Muchachos, llévenme al puerto, les dice a los agentes mientras se mete en la parte trasera. Igual me tienen que seguir hasta allá y yo me ahorro el boleto.
En la zona de carga es uno más de los tantos titanes, pero su figura de gorila calvo se destaca del resto.
Casi todos tuvieron alguna riña con el, hasta que comprobaron que era mejor no discutirle.
En una barraca encuentra a Olson. Inmediatamente se desata un remolino de brazos, piernas, cuerpos y sangre.
Los otros forman un círculo a su alrededor. Comprenden que esta pelea es distinta.
Los policías ingresan caminando y solo pueden observar la situación, ya que intervenir sería un suicidio. Vuelven a su unidad y piden refuerzos.
Cuando Jorge cae vencido, exhausto y sangrante, Nestor lo arrastra hasta el patrullero.
– Creo que este hijo de puta tiene algo que decirles.
Doyen y Falter, con las corbatas flojas y los cuellos de las camisas desabrochados, conversan con Nestor en la oficina, esta vez ante tres vasos con café.
– Lo preparó bien esa mierda, dice Doyen.
– Todos prometen vengarse. Nunca le di pelota a nadie. ¿Qué me iba a imaginar esto?
– Quedate tranquilo. Ya confesó todo. Sabía que tu auto era muy conocido y, cuando se enteró que lo vendiste, armó todo el plan. Fue hasta la casa de Alicia, lo dejó estacionado en la entrada, la mató, y luego se fue, como si nada. Todas las pruebas estarían en tu contra. Ahora podés irte y tratá de no pelearte mas.
Cuando está por salir Falter le dice:
– Una última cosa. Mónica es una mina de Jorge. La convenció que viva con vos un par de meses para que tu único testigo se evapore.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *