El arte de «bajar un cambio»

De tanto en tanto los idealistas – la mayoría inconscientes de su condición- practican el ejercicio de «bajar un cambio». Sí, frase trillada, pero no demasiado comprendida ni aprehendida por todos. Repasemos (al menos estructuralmente) este proceso:
En su intento por construir sentido en este mundo inexplicablemente hermoso, esta raza de idealistas suelen acongojarse por cientos de cosas: por las desgracias incomprensibles, por ciertos fenómenos de origen desconocido, por la falta, por las manifestaciones oscuras del ser, por el desamor generalizado, por el apego inevitable o por el tiempo que corre maratones a velocidades inhumanas. En términos generales, se acongojan cuando dejan de ser ellos mismos, cuando los turba lo establecido, cuando se sienten atrapados por cuestiones culturalmente construidas y macabramente internalizadas, cuando notan lo poco que les pertenece y lo mucho que han heredado (eterna dicotomía entre lo innato y lo adquirido), o cuando sus decisiones y creaciones parecen perder sentido al estar fundadas en construcciones ya existentes. Es allí que se hunden en complejas reflexiones y piensan mil maneras de ejecutar soluciones. Entonces, aplican estrategias que precisan de paciencia, buen humor, fervor y perseverancia. Atraviesan tempestades y tormentas de rigor, con espíritus que siempre están listos para atravesar todo muro que se interponga.
Después de la batalla, balancean con aires financieros y calculan el nivel de aprendizaje logrado, las pérdidas y ganancias implicadas en su accionar y otros tantos resultados. Cuero y sien están sedientos de placer, el cuerpo pide a gritos una pausa y no puede esperar. De inmediato comienza el disfrute. La etapa pos-lucha trae mares de risas, lágrimas orgullosas y la típica melancolía del sueño cumplido. Transformación y reciclaje. Todas esas emociones que quedaron merodeando y no se sabe bien qué son, se guardan en cajas de cristal de alta seguridad. Todo sirve.
Este es el momento en el que «bajan un cambio» (momento de disfrute concientemente decidido que da lugar a un alrededor inmediatamente mutante). Entonces los planetas les sonríen, el sol los encandila y el amor los llena. Y en ese momento se aman, se miman y galardonan. Pero, sobre todo, registran -con inquebrantable claridad- que están donde quieren estar, que la vida que tienen (o la vida que son) es fruto de lo que eligen y alimentan a cada paso. Los invade la gloriosa dicha de vivir y comprenden que todo gran espíritu idealista siempre tendrá altibajos y que su misma intensidad los hará caer agotados cada tanto. Pero siempre renacerán.
“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia la excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones; Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás.” (José Ingenieros en El Hombre Mediocre.)
Por: Johanna Chiefo

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