En Argentina resultan familiares conceptos como Soberanía Popular, Soberanía Económica e incluso Soberanía Energética, haciendo referencia al derecho del pueblo a decidir sobre sus intereses y destino, acerca de la economía nacional sobre el control y sus recursos energéticos. ¿Por qué resulta entonces tan extraño y difuso hablar de SOBERANÍA ALIMENTARIA?
Cuesta aceptar que en un tradicional exportador de alimentos como Argentina –antes “granero del mundo” y hoy integrante de la “República Unida de la Soja”- haya problemas de alimentación; es un tema del que poco se habla, pero es parte de nuestras “deudas internas”; está tan presente como la pobreza, la injusticia o la desigualdad de oportunidades.
En Argentina sobran alimentos e incluso muchos se desperdician, no se puede ignorar la existencia de problemas alimentarios y nutricionales que afectan de distinta forma a los pueblos que habitan nuestro país; a eso se refiera la SOBERANÍA ALIMENTARIA.
No es igual la problemática de principios del Siglo XX –tan bien descripta por Bialet Massé- agravada luego por la crisis de 1929 y la “década infame”, como lo vivido en 1983/4 cuando el gobierno de Raúl Alfonsin crea el “Plan Alimentario Nacional”-PAN y distribuye más de un millón de cajas de alimentos por mes.
Tampoco es similar a la situación dada por la peor crisis que sufrió nuestro país en 2001/2002, en pleno “boom” de las exportaciones de granos, cuando la soja donada por los empresarios se transformaba luego en la “leche” que la caridad pública y privada entregaba en escuelas y comedores populares. Luego cambiaron algunas cosas; la universalización de algunos derechos redujo las penurias, pero la malnutrición se expandió hasta constituirse en una epidemia.
Argentina –y otros países vecinos- son ejemplos a nivel mundial de que el hambre y la alimentación tienen muy poco que ver con los alimentos producidos, la dotación de recursos naturales, el equipamiento, disponibilidad de insumos, de capital, capacidades o conocimientos para producirlos, aunque las transnacionales y algunos académicos sigan pensando lo contrario.
El hambre tiene que ver con el acceso a los alimentos y la malnutrición con la calidad de los mismos y con los hábitos impulsados por la vida “moderna” y la publicidad de las grandes empresas.
Ambas expresiones señalan profundos problemas políticos, profundamente interrelacionados con causas sociales, económicas, culturales, institucionales y éticas.
Sólo para hacer memoria, en la década de 1960 decía Dom Helder Cámara, Obispo de Olinda y Recife, en Brasil: “Cuando le doy pan a los hambrientos todos me felicitan, cuando pregunto por qué hay hambre me llaman comunista”.