Parirás con dolor

Por Nicole Martin

 

El parto humanizado –también llamado respetado- es una práctica basada en la consideración, por parte de los médicos, de los deseos y necesidades individuales de cada mujer, respetando los tiempos y condiciones del proceso natural de dar a luz. Es opuesto al modelo asistencial definido como medicalizado, donde prevalece un protocolo de intervenciones rutinarias que no son necesarias en la mayoría de los casos.

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De este concepto se sirve la Ley 25.929 de parto humanizado y derechos de madres y padres durante el parto, sancionada en agosto de 2004 y reglamentada en octubre de 2015. Establece que tanto las obras sociales como las empresas de medicina privada y/o entidades prepagas deberán satisfacer el derecho de la madre a:
-Recibir información antes, durante y después de parto, de forma comprensible y suficiente, de todas las posibles intervenciones médicas a realizarse en su cuerpo.
-Ser considerada persona sana, de modo que pueda participar como protagonista activa en todas las decisiones de su propio parto.
-Un parto respetuoso del tiempo biológico y psicológico de cada caso, evitando prácticas invasivas y suministros de medicación que no estén justificados.
-Elegir la persona que la acompañase en todo momento y la posición en la que desea parir.
-Ser considerados un binomio, madre e hijo/a, favoreciendo su vínculo precoz y siendo separados el menor tiempo posible, con la obligación de brindar acceso sin restricciones al padre y madre a sectores donde esté su hijo/a internado/a.
-La libertad de movimiento, de ingesta de agua y alimentos durante el trabajo de parto cuando las circunstancias lo permitan.
-Ser informada, desde el embarazo, sobre los beneficios de la lactancia materna y recibir apoyo para amamantar.
-No ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación sin autorización y con consentimiento del Comité de Bioética del hospital.
-La prioridad del parto vaginal por sobre la cesárea, cuando no hubiere necesidad.

El documental Puja, realizado por un colectivo de fotógrafos y artistas audiovisuales que se organizó en denuncia de la violencia obstétrica desde un taller dictado por la “Sub Cooperativa de Fotógrafos”,  expone a través de testimonios y de los ojos de sus realizadoras,  Ana Luz Sanz y Rosana Echarri, un paradigma que ha sido invisibilizado.

Echarri menciona: “Con la misma naturalidad que supone el hecho de concebir y dar vida,  individuos y organizaciones  están llamando  la atención de la sociedad a la forma en la que estamos recibiendo a nuestros hijos”.

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   “La lupa tiene que estar puesta en quienes deben implementar la ley, los efectores públicos, las obras sociales, las empresas y entidades de medicina privada y para ello es necesario que el paciente se convierta en un actor activo y protagonista del proceso, por lo que debe estar informado”, asiente la gestora de Puja.

Sobre la ley, la asesora letrada del Hospital Pirovano, Catalina Gallati, asegura: “Promueve muchas innovaciones ténicas, pero principalmente actitudinales. Lo más importante es que el parto pasa a ser personalizado, donde ninguna mujer es igual a otra, ni tampoco su tiempo biológico y psicológico”.

Sobre el último punto de la ley antes mencionado, la Organización Mundial de la Salud (OMS), considera que la tasa ideal de cesárea debe oscilar entre el 10% y el 15%. Pero las cesáreas han sido cada vez más frecuentes, especialmente en instituciones privadas. Cuando está justificada desde el punto de vista médico, esta práctica es eficaz para prevenir complicaciones graves en el estado de salud de la madre y su hijo/a, pero conlleva los riesgos de cualquier cirugía.

En el Hospital Pirovano, la tasa de cesáreas se acerca bastante a la recomendada por OMS, con un total que oscila entre las 20/22 mensuales sobre un total de 100/110 partos. El Dr. Carlos Gresta, Jefe del Servicio de Maternidad del establecimiento, dice que el aumento de las cesáreas se explica con dos vertientes. Por un lado, la inmensa presión jurídico legal sobre los médicos, donde hay mucha demanda de la cesárea, que es considerado “un método salvador”, ignorando las complicaciones de una cirugía.

Por otro lado, el tiempo. En los establecimientos privados, hay médicos de cabecera a los que les es conveniente programar las cesáreas e irse. En cambio, en los hospitales públicos, hay guardias, donde si un trabajo de parto se extiende, es atendido por la guardia siguiente. En cuanto a la cuestión monetaria, el obstetra sostiene que se paga “exactamente el mismo valor”. Pero también es cierto que se pueden realizar en mayor número en el mismo tiempo que lleva un parto natural.

Gresta aclara que “También se trata de una cuestión cultural, hay lugares donde una cesárea es signo de estatus y otros donde todos quieren parir vaginalmente”. Y menciona: “Pero esto está retrocediendo y estamos volviendo, de a poco, a lo natural”.

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El parto humanizado

El Hospital Pirovano, donde el doctor trabaja hace 32 años, fue premiado por UNICEF con la insignia de “Hospital amigo de la madre y el niño” y  es pionero en materia de parto humanizado. Aunque a la mayoría de sus profesionales no les guste el nombre porque se rehúsan a pensar que alguna vez no fue realizado humanamente, el establecimiento ya contaba con una sala dilatante (donde ingresa la parturienta cuando está avanzada en el trabajo de parto) preparada para mayor intimidad y comodidad de la paciente que quiera llevar a cabo un parto natural sin intervención. De a poco, esta sala fue acondicionada con un banco para parir sentada, una tela para hacerlo de pie o en cuclillas y hasta pelotas de diversos tamaños para hacer esferodinamia (para la postura y dolor de espalda), incluyendo también servicios de aromaterapia y pelotas de tenis para hacer masajes.

En esta maternidad siempre se permitió un acompañante en el proceso y solo uno por el espacio con el que cuentan las salas. “Se acuerda con la paciente quien va a ser esa persona, en general, con quien se sienten más contenidas, que no siempre es la pareja”, comenta la Dra. Silvia Macchi, Jefa de la Unidad de Maternidad. También explica que este tipo de partos son más prolongados porque no se coloca ningún suero para agilizar el trabajo ni ninguna otra medicación. La obstétrica (partera) es la única que pasa a controlar permanentemente. “Lo que no es negociable es el monitor fetal, que no afecta al bebé pero nos informa sobre sus latidos”, añade.

Si el monitor mostrase alguna anomalía, tanto en los partos con y sin intervención, se procedería con la conducción del parto con medicación o bien, si se detectase un sufrimiento fetal importante, con una cesárea.

Sobre las intervenciones médicas, el doctor Michel Odent, obstetra francés y uno de los defensores más notables del parto natural, cuestiona la dependencia de la medicina desde el momento del nacimiento y declara que “Las mujeres están perdiendo la capacidad de dar a luz”. Con esto se refiere al creciente aumento de cesáreas y  la atrofiación del sistema de liberación de oxitocina, llamada hormona del amor, que es suministrada por goteo para acelerar las contracciones. “Un franco trabajo de parto no necesita agregar oxitocina”, asegura Gresta.

Por su parte, Raquel Schallman, partera entrevistada en Puja, dice: “La situación de la parturienta, que es sometida a parir ante público y luces, como si se tratara de una obra de teatro, entre reto y reto de los profesionales y un suero fijo que la inmoviliza, no va a ayudar a segregar esta hormona”.

Esto es constatado por el Dr. Odent, quien califica a la oxitocina como una “hormona tímida”, que es liberada fisiológicamente sólo cuando se está cómoda. Esta represión es agravada por el estado emocional de las personas presentes, que es “contagioso” y que si está compuesto por adrenalina, dificultará aún más la liberación de oxitocina. Por fuera de ello, todos los mamíferos segregan adrenalina ante el temor.

Gresta expresa que suministrar demasiada oxitocina también conlleva una distocia, que es aquello que dificulta el parto, porque el útero puede sobre estimularse, tensarse demasiado y no permitir la llegada del oxígeno al feto: “Si no es estrictamente necesario, la naturaleza hace lo suyo”.

Una de las prácticas masivas de rutina que están dejando de realizarse y considerándose hechos de violencia obstétrica es la episiotomía. Se trata de un corte en el periné femenino para evitar un eventual desgarro y agrandar la cavidad vaginal. Pero la complicación que conlleva es que es muy difícil de suturar, siendo la recuperación muy larga y dolorosa y dificultando el posparto de la madre, que tiene que sentarse en una especie de salvavidas. Puja afirma que hay un 90% de episiotomías en los partos de América Latina. “Actualmente en el país son contados los casos, el tiempo desmintió su utilidad”, dice Gresta.

La Dra. Gallati concluye que son imprescindibles la información y la contención de las pacientes en ese proceso tan luminoso de la vida, que no debe ser traumado de ninguna manera. Por su parte, Rosana Echarri ilustra: “Dar a luz es un salto al vacío, un acto de entrega donde la mujer debe estar en pleno ejercicio de su capacidad y saltar esperando que desde el otro lado una mano humanamente profesional, desaprendido de conceptos estandarizados, la ayude a someterse a lo que su cuerpo, naturalmente, sabe hacer”.

Para alegría de los/as niños/as que nacen en la Argentina y sus padres, la norma llega a asegurar el poder de cada madre para hacer valer sus derechos y los su bebé. Y si bien es cierto que los cambios llevan tiempo, capacitación y voluntad, el medio debe ser concientizar respecto al trato que le corresponde a cada parturienta y al cambio de posición de los profesionales implicados, que deben dejar su lugar de superioridad frente a las madres, las protagonistas del momento más importante de su vida.

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Industria del parto

Hacia el siglo XIX, la medicina comenzó a institucionalizarse y dar lugar al parto en hospitales. Ya en el siglo siguiente, la industrialización del parto promovió un proceso de estandarización donde cada parturienta era sometida a los mismos procedimientos y tipos de pruebas, sin contemplar las diferencias de cada caso.

Esto consistió, como explica Puja, en un proceso de deshumanización, donde la vorágine de los hospitales violenta a la mujer que pare y al bebé que nace, lo que se llama “violencia obstétrica”. Cuando esta misma violencia está naturalizada, institucionalizada y asumida por toda la sociedad es también violencia de género, donde la mujer no puede decidir sobre su propio cuerpo. A la vez, el trato de la paciente como una mujer enferma, aunque esté transitando un proceso natural, facilita la pérdida de autonomía frente a los abusos de medicación e intervención.

“El parto fue medicalizado históricamente, los profesionales han intervenido demasiado en un proceso tan fisiológico como es parir, ahora se está quitando lo que no es imprescindible y altera el curso de un parto natural”, sostiene el Jefe de Maternidad del Pirovano, y añade: “Si es innecesario, ¿por qué hay que ser tan dogmático? Nosotros confiamos en que se puede parir con la menor intervención posible”.

En este mismo nivel, surge el tema de la posición estándar, que es completamente incómoda para la parturienta, pero no para su médico. Schallman manifiesta: “Nadie puede pujar en la posición general de las instituciones porque nadie podría tampoco orinar ni ir de vientre de esa manera. Más allá de eso, la gravedad no ayuda”.

La ley 25.929 contempla que la embarazada pueda decidir en qué posición parir, ya sea sentada en un banco, parada, en cuclillas o acostada en la posición institucionalizada.

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Cicatrices en el vientre 

“A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido,
y él tendrá dominio sobre ti”
Génesis 3, 16.

Miles de años han pasado desde la represión de Dios a Eva, pero aún hoy las mujeres están oprimidas a parir con dolor y miedo. Los estigmas herederos del parto, que han sido reproducidos de generación en generación, son popularmente reconocidos. Desde pequeñas, las mujeres han recibido información sobre la maternidad con frases como “sufrí como una madre” o “es peor que un parto”, o frente a la desobediencia, como una amenaza: “Ya vas a ver cuando tengas hijos”.

Pero la condena de las mujeres, históricamente, no ha sido únicamente por el dolor físico sentido durante el parto, sino también frente a la violencia moral de ser oprimida, sometida y subestimada a un sujeto sin capacidad de decisión. El Dr. Luis Papagno, titular de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires, comenta que los progresos médicos han traído efectos secundarios tan importantes como los mismos problemas que se intentaban solucionar. “Las técnicas excesivamente quirúrgicas en los partos normales, la ruptura del vínculo madre-hijo y la separación de la pareja son solo algunas de las manifestaciones indeseables en la atención de un parto”, afirma.

“La humanidad ha hecho del «parirás tus hijos con dolor» una sentencia pero, ¿es realmente un castigo el tener dolor en el parto?”,  el Dr Papagno cuestiona, y se responde: “El dolor es un aviso para que el cuerpo ponga en marcha sus defensas”.

Hernan Hesse dice en su libro “El lobo estepario” que el dolor y el placer tienen la misma cara. Y, en efecto, la experiencia comprueba que el dolor de la madre se convierte en placer cuando ve a su hijo/a.

Tal como expone Puja, la Organización Mundial de la Salud clasifica la violencia obstétrica en cinco categorías:
1- Procedimientos de rutina sin razones valederas: exceso de cesáreas, rasurado en el pubis, enemas evacuantes, cortes quirúrgicos para agrandar la vagina, revisiones de la cavidad uterina.
2- Humillación y maltratos por parte del personal de la salud.
3- Ejercicios obstétricos para aprendizaje de estudiantes y residentes sin autorización de las mujeres.
4-Lugares de atención reducidos o en lugares de hacinamiento.
5-Xenogobia o discriminación étnica.

A la vez, surge el fenómeno de la violencia contra el bebé, que es separado de su madre recién llegado al mundo. Michel Odent afirma: “Las ciencias biológicas nos enseñan que la primera hora que sigue al nacimiento es la que conforma todo un período crítico en nuestro desarrollo de la capacidad de amar”. Raquel Schallman sostiene en Puja: “Cuando nace el bebé, que es una página en blanco, es sometido a una serie de prácticas innecesarias y cruentas. Lo único que necesita es a su madre, porque todavía forma parte de su cuerpo y es este el único lugar conocido. Rápidamente cortan el cordón, que es como quitarle el oxígeno a un buzo, pero si se esperase, el bebé comenzaría a respirar lentamente. Sólo cuando ha sido pinchado, bañado y peinado termina en una incubadora en observación, solo, dolorido y asustado”.

En 1990, se realizó un estudio en Suecia que observó durante dos horas a 72 neonatos. A 38 de ellos se los dejó encima de la madre, piel con piel, ininterrumpidamente. A los 34 restantes, se los separó de la madre a los 20 minutos de vida durante 20 minutos, para luego ser colocados nuevamente piel con piel. Los resultados indicaron que un 70% del primer grupo consiguió mamar correctamente, mientras que del segundo grupo sólo lo consiguió un 20%. Las conclusiones de los investigadores fueron que todos los recién nacidos deberían poder ser colocados piel con piel al nacer. Los bebés que, en lugar de ello, son separados de sus madres, lloran hasta colmar sus fuerzas, tal es así que los separados durante  el estudio manifestaron el doble de las hormonas del estrés en comparación con los que permanecieron con su madre. “Cuando el nacimiento se vea como un periodo de suma importancia para aprender a amar, ocurrirá la revolución en nuestra visión de la violencia”, dice Odent.

Testimonios

Catalina Gallati
“El nacimiento de mi hijo coincidió con el diagnóstico de cáncer del hijo de mi prima, José. Cuando entré en trabajo de parto, estaba con él y para entretenerlo convertimos mi panza en un pizarrón. Allí dibujó y escribió, firmó mi papá y jugamos al tatetí con mi compañero y su hija, entre otros garabatos. Llegué al hospital a las doce y media de la noche y Camilo nació a la una menos diez. Había roto bolsa en el auto y di a luz muy rápido, a pesar  del miedo que tenía. Cuando entré, una de las parteras le dijo a la otra: “Mira la hora que es, nos traen a una vieja y encima, sucia”. No sabían mi nombre y yo quería explicarles quien era yo, quien era Camilo, quien era José. En lugar de ello me lavé y pujé. Pero lo hice mal y las parteras me empezaron a preguntar si quería matar a mi hijo. Pedí perdón una, dos, tres veces. Cuando nació, se lo llevaron enseguida, porque el médico gritó que tenía un soplo, que no resultó ser nada.  Mi compañero lo corrió y ahí me soltaron las piernas, atadas a las pierneras, que temblaban tanto que me caí al suelo. Ahí lloré desconsoladamente. En silencio, me levantaron. Aún hoy lamento no saber sus nombres, porque fueron las que me ayudaron a tener a mi hijo”.

Lorena Bascha Ramos –testimonio de Puja-

“Todavía me faltaban dos semanas para mi cesárea programada, cuando fui al hospital por un malestar y me llevaron al quirófano. La obstetra estaba muy nerviosa y no paraba de insultar. Entendí que estaba pariendo cuando una enfermera se sentó en mi panza y mi marido gritó “Vamos china”, mi hija, que acababa de nacer. Nadie me explicó nada. Enseguida la llevaron a neonatología porque estaba agitada. Diez horas después, exigí verla. Me llevaron y cuando intenté levantarle el gorrito, la doctora me gritó que era una inconsciente y que quería matar a mi hija. Después, buscó dos apósitos y le vendó los ojos. Cuatro días pasaron sin noticias de porque estaba internada la beba. Hasta que me llamaron a la madrugada y me pidieron que baje urgente a donde la tenían. Salió un hombre recién levantado que bostezó y me dijo: “Tardó mucho, la nena ya se murió”. Me caí de rodillas al suelo y el hombre me dijo que me calme o me iban a desalojar de la clínica. Al día siguiente, el hospital me pidió que espere en una puerta a la izquierda de la entrada principal “porque por la puerta de adelante solo salen los bebés vivos”. Me la entregaron en una bolsa de basura. Tiempo después supe que Emilia murió de una neumonía connatal, es decir, que la adquirió en el hospital, por mala intervención en la cesárea, que fue innecesaria porque la bebé estaba muy arriba”.

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