Inocencia interrumpida

Por Micaela Petrarca

Silvia Piceda fue abusada sexualmente cuando tenía entre 9 y 10 años por personas cercanas a su hogar. En el 2009, con 42 años, la hija mayor del padre de su hija le contó que había sido abusada por él cuando tenía 11 años, la misma edad que tenía su hija en aquel momento. En un segundo, el pasado que había sufrido Silvia se le presentó ante sus ojos en el presente, y sólo tenía algo en claro: iba a proteger a su hija. Desde entonces comenzó un recorrido como madre protectora, un camino que no quiso transitar sola sino junto a otras madres que estuvieran atravesadas por el mismo horror.

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Sebastián Cuattromo sufrió abuso sexual a los 13 años, cuando terminaba sus estudios primarios en el Colegio Marianista por parte de un docente y religioso católico de la institución. En ese lugar reinaba una cultura institucional a base de violencia y de malos tratos, autoritaria y con abusos de poder de diversos tipos. Esa cultura violenta también le tocó sufrirla en su casa.

El mismo mundo machista que lo rodeaba en esos espacios, Sebastián la encontró afuera. Entre 1989 y 1990, años en los que ocurrían los abusos, en los medios de comunicación se informaba “el caso Veira” (Hector Bambino Veira fue denunciado por haber abusado de un niño de 13 años) con un tratamiento que hacía hincapié en los tintes sensacionalistas y morbosos.

Sebastián era hincha de San Lorenzo -club en el que, hasta el día de hoy, Bambino Veira sigue siendo uno de los máximos ídolos- e iba, siempre que podía, a la cancha. Por esos años, la tribuna popular estaba llena de adultos que cantaban canciones reivindicando a Veira y burlándose de su víctima -con nombre y apellido-. Sebastián, que estaba allí, se hacía cada vez más diminuto y entendía con claridad que, si él contaba lo que le estaba pasando, ese mundo adulto que lo rodeaba, lo iba a destruir. El único lugar disponible que la sociedad tenía para él, era la auto-recriminación y un silenció que cargo en sus hombros durante diez años.

¿Cuándo fue la primera vez que se lo contaron a alguien?

(S.P) Yo lo conté ahí, a los 11 años, cuando pasaban los abusos. Se los conté a mis padres y no hicieron absolutamente nada, no vi nunca que hubo una reacción hacia los abusadores y jamás se habló el tema, nunca más.

(S.C) En mi caso, lo pude poner en palabras recién 10 años después, siendo mayor de edad. Se lo conté por primera vez un amigo que había sido compañero mío en el colegio. La recepción que tuve fue muy buena, enseguida me hizo sentir que lo que le estaba compartiendo era algo muy grave, muy delicado y nos emocionamos juntos.

La reacción de la otra persona es muy importante, muchísimas veces no es empática y solidaria como debería ser; y esto puede provocar que la víctima se vuelva a replegar, a cerrar y a no volver a confiar. Vemos que esto pasa mucho, por ejemplo, en ámbitos terapéuticos. Hay, por un lado, un enorme desconocimiento del abuso sexual infantil, y al mismo tiempo se actúa con un nivel de brutalidad y de violencia, subestimando y menoscabando la gravedad de lo que esta persona está confiando en su terapia.

¿Qué fue lo que te empujó hablar después de 10 años?

(S.C) Fue la decantación de un proceso. Atravesé mi adolescencia, mi primera juventud, y pude tomar distancia física, concreta y objetiva del universo donde estos abusos habían ocurrido. Resalto esto, porque donde más sucede el abuso infantil es en las familias y de todas las clases sociales, no hay que pasar por alto socialmente cuan complejo es para las víctimas de abuso sexual infantil intrafamiliar, poder tomar algún tipo de distancia del contexto en donde están sufriendo tremendo avasallamiento.

En el 2000, una fuerte y firme convicción llevo a Sebastián a buscar Justicia y presentó una denuncia penal contra su agresor, el hermano marianista Fernando Picchiochi. Después de haber transcurrido 12 años – y 20 de los abusos- el 25 de septiembre de 2012, fue condenado a 12 años de cárcel por el delito de “corrupción de menores calificada reiterada” tras un juicio oral y público.

 

¿Cómo pudiste corroborar que fuiste abusado tanto tiempo después?

(S.C) Creo que tuve “suerte” a la hora de hacer mi denuncia y llevarla adelante con respecto a algo muy básico: yo fui a la justicia, declare y testimonie, siendo una persona adulta. Esa es la primera gran diferencia con los niños, niñas o adolescentes que llegan con su propio sufrimiento en el momento de haberlo sufrido el abuso a un sistema como el judicial, que, en líneas generales, todavía al día de hoy está muy lejos de saber relacionarse con niños, niñas y adolescentes en general y con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso infantil en particular. Ni que hablar de saber escucharlos.

Otro factor no menor desgraciadamente, es que me tocó llevar adelante esta lucha siendo varón. No es un dato menor a la hora de presentarse y transitar con esta injusticia en el sistema judicial que tiene muy vigente la mirada y la concepción patriarcal y machista, que automáticamente se vuelve en contra de los más débiles: los niños y sus madres protectoras.

Un factor secundario, pero que también tiene su peso es que soy adulto, varón, de sectores medios y podríamos decir “blanco”. Sabemos que este sistema tampoco está exento de un sesgo clasista y discriminatorio.

Por último, creo que tuve la suerte de que me tocara el juzgado de instrucción que me tocó, al igual que la fiscalía que intervino. En mí caso en particular, actuaron correctamente.

Adultxs por los derechos de la infancia

Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo transformaron sus experiencias en lucha, y formaron un colectivo autogestionado e independiente: ‘Adultxs por los derechos de la infancia (adultxsporlainfancia@gmail.com).

Una de las facetas de este grupo es una tarea de militancia, de visibilización. La otra vertiente, es el encuentro solidario de pares. Se trata de un espacio abierto en el que la única condición es que el abuso sexual haya tocado la vida de las personas ya sea como adulto sobreviviente de abuso o como adulto protector; el fin de este requisito es que se genere un ambiente empático, donde todos sean compañeros, y sea más fácil poder desarmarse del silencio y la vergüenza. El encuentro es todos los sábados, y tanto Silvia como Sebastián coinciden en lo mismo: todos los que van pueden seguir mejor con su vida a partir de haber hablado y compartido su experiencia.

¿Cómo defienden los derechos de los niños?

(S.P) Nosotros pensamos que primero un adulto tiene que conocer sus dolores de infancia, tener empatía con el niño que fue para poder proteger a los niños de hoy. Por eso, nuestro laburo es defender la infancia, pero a partir de los adultos que somos. No tenemos acciones directas hacia los chicos, excepto cuando acompañamos a adultos protectores para que puedan cuidar lo mejor posible a la víctima o para compartirles herramientas con profesionales (psicólogos y abogados).

La obligación de defender a los niños, es nuestra tarea, la de los adultos. Somos los únicos que podemos hacer algo para parar esto, que el chico tenga o no información, no va evitar un abuso.

(S.C) Pensar que el chico teniendo la información ya está protegido es para nosotros lo contrario, aunque sea sin malas intenciones, creemos que es una forma más que tenemos los adultos de sacarnos el fardo y tirárselo a los pibes. Una y otra vez tenemos una enorme dificultad para hacernos cargo de nuestras responsabilidades y obligaciones para con los chicos y sus derechos. Son fundamentales los activismos, la militancia y los compromisos; por eso vamos a ámbitos colectivos  desde educativos, centros de salud, hasta iglesias; y realizamos actividades comunitarias abiertas para cualquiera.

Viajamos mucho por el país y a todos lados llevamos el testimonio de nuestra experiencia, lo abrimos al diálogo y a la reflexión crítica colectiva. Una y otra vez, nos encontramos con el mismo resultado: el aporte testimonial en primera persona sirve. Ya sea como disparador, para instalar la temática o una reflexión, para interpelarnos como sociedad adulta y generar conciencia crítica y movilidad colectiva.

Si mínimamente, ante esta injusticia, no hay adultos que estén dando cuenta de esto, ¿cómo hacemos para que estás cosas empiecen a cambiar, para que los chicos del presente que están sufriendo hoy este delito tengan un poquito más de fuerza, de voz? El hacerse presente en la escena pública, para nosotros es fundamental.

SILVIA Y SEBASTIAN

¿Por eso el lema de ustedes es “para criar a un niño hace falta una aldea”?

(S.P) Claro. Puede pasar que un adulto protector no tenga los elementos para defender al niño/a.  Lo que no puede pasar es que la sociedad permita que no se haga nada. Todos los adultos tenemos la obligación y somos responsables sobre los niños.

(S.C) Para nosotros es una lucha social, cultural y política en el sentido más profundo. No nos parece en absoluto que esta injusticia sea un supuesto asunto privado, un tema de la esfera doméstica; al contrario, son cuestiones eminentemente públicas, colecticas y de primer orden. Por eso desde nuestro lugar en la asociación civil, hacemos una interpelación muy directa al Estado porque es el garante de los derechos de los niños.

Según estadísticas de Save The Children, una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres, afirman haber sufrido abusos sexuales en su infancia, ¿Cuál creen que es el causante social de que este delito sea tan invisibilizado?

(S.P) El resultado de las estadísticas dan cuenta que esto es una endemia, por lo tanto, mínimamente, todos los que trabajan con personas deberían conocer los signos y los síntomas del abuso que son múltiples. El tema es que falta entrenamiento, quererlo ver, pero también escasea el conocimiento de lo que es un abuso y de cómo actuar en consecuencia.

Todo tiene que ver con lo social, a nuestra cultura le encanta pensar que hay monstruos que salen, los mismos que quieren la justicia basada en la penalización. Para nosotros, este tipo de conceptos es tratar de olvidarse que todas estas personas salieron de nuestra sociedad. El modo de resolverlo es no generar más violadores, violentos y asesinos, teniendo una infancia feliz esa persona no va a salir a violar ni asesinar a nadie. La solución para ser una sociedad mejor, esta. El problema es que no elegimos cuidar la infancia.

¿Y creen que es frente a ese poder desigual que la víctima se encierra en la vergüenza?

(S.P) A mí me parece, una sociedad que invita a la víctima a que se olvide del tema, a que de vuelta la hoja y siga para adelante, a perdonar, a cuestionarte ¿cómo vas a odiar a tu madre o a tu padre?; sí, al cargarte con todo eso, hace que te llenes de silencio, de vergüenza y de culpa.

Generalmente, la sociedad se olvida de la edad que teníamos cuando fuimos abusados, se habla de abuso sexual infantil como algo abstracto. Un buen ejercicio es mirar en la calle a chicos de las edades que sufrieron abusos y, con conciencia, preguntar: “¿lo responsabilizaría por lo que paso?” Los chicos no pueden gritar ni decir nada, su situación es peor de lo que estamos las mujeres dentro del patriarcado. El más desprotegido siempre es el niño.

Un comentario sobre “Inocencia interrumpida

  1. Yo fui compañero de Silvia en la escuela primaria, estoy con ella en esta lucha para que los adultos tomen conciencia de que el abuso provoca trastornos no solo orgánicos sino también psicológicos, tal vez muchísimo más grave y lo lleve de por vida. Este acto que generalmente se da dentro del seno familiar, es el más repudiable de todos, llámese como se llame; por que el menor abusado teme hablar aún sin ser amenazado por el abusador.
    Repito, esto no puede suceder más, hay que tener la valentía que tuvo Silvia para contarlo.
    Gracias por dejarme expresar mi parecer.

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