Correr para crecer: jóvenes sobreocupados en tiempos postmodernos

Las actividades se acumulan y el tiempo no alcanza. Estudian, trabajan, salen de vez en cuando y comienzan cientos de proyectos que muchas veces abandonan a mitad de camino. ¿Qué se esconde detrás de ese afán de los jóvenes por la formación intelectual y laboral en aras del progreso social y económico?
La neurosis es ritual en su realidad atropellada. Van por el mundo cabizbajos, sin apreciar todo lo que ocurre a su alrededor. A veces respiran y sienten una vibración incontrolable (pareciera ser la dichosa energía de la juventud), pero deben mantener la compostura. Solían soñar con un buen empleo y dinero para salir a divertirse…hoy solo quieren una cosa y no pueden conseguirla. Es algo que no pueden ver ni tocar, se esfuma cuando duermen, corre por la mañana y juega a las escondidas por la tarde: estamos hablando de tiempo. Tiempo para reír, tiempo para procesar, tiempo para sentir. Envueltos en un manto de falsas expectativas que promete llevarlos a buen puerto, una nueva subcultura de jóvenes sobreocupados se aleja del control de su propio cuerpo, para convertirse en objeto de control de ese monstruo grande que pisa fuerte…
¿Será que hemos recaído en un nuevo género de lo que en tiempos religiosos se denominaba sacrificio? Mediante un notable y desalentador consenso, los colectivos juveniles acaban ratificando el engaño que contiene la bandera del progreso, en tanto señala que es a través de la multiplicidad de actividades, el cultivo de las ideas y el ingreso temprano al mercado laboral, pero especialmente condescendiendo ante sus condiciones materiales de existencia, que podrán alcanzar la máxima felicidad -producto del bienestar económico y el éxito social-. Aseveración que se vuelve contradictoria en la práctica, cuando el consumismo e individualismo florecientes, parecerían indicarnos que es en una vida superflua y solitaria que el joven debe encontrar la felicidad, a través de hábitos consumistas y/o a través del sacrificio de su juventud a cambio de un futuro incierto.
No estamos hablando de un fenómeno desconocido. Se habla consecuencias como el estrés, la depresión o la ansiedad, pero hay todavía mucho por desarrollar al respecto. Entre otras cosas, la falta de tiempo en estos jóvenes genera un aislamiento del sujeto respecto de su entorno -lo que solemos llamar individualismo-, serio temor al compromiso en las relaciones de pareja y un elevado déficit de atención e hiperactividad, agravado por la utilización de nuevas tecnologías que, entre muchas otras cosas, imparten un insoportable multiprocesamiento de información, virtual izan las relaciones y afectan la salud. Es interesante poner atención en los diferentes modos en que la juventud – biológicamente hablando – ingresa al mercado laboral y al mundo académico: en pos de qué objetivos sacrifican su tiempo, cuál es el rol del mercado en ese proceso, por qué la sobreocupación es un mal muy bien visto a nivel social y cómo se dan ciertos desplazamientos conceptuales en materia de “goce” y de “tiempo libre”.
En principio, el ingreso temprano al mercado laboral ya no está atravesado exclusivamente por cuestiones de clase. Parece ser que la sobreocupación es un mal muy bien visto. Pero, ¿Por qué? ¿No será que el mercado necesita jóvenes ocupados para evitar la formación de pluralidades potencialmente alternativas al orden social dominante? También cabe preguntarse, ¿Qué significado tiene el tiempo libre para la juventud en las distintas clases sociales? ¿Es lo mismo dedicarle dicho tiempo a estar con seres queridos disfrutando de una tarde de sol que dejarlos discurrir en los quehaceres del hogar? ¿Da igual atravesar la ciudad en un automóvil propio que en una combinación interminable de transportes públicos? La realidad parece indicar que no. Y continuando con el foco puesto en esta falsa apariencia trans-clasista de la juventud, ¿cuáles son las motivaciones que llevan a estos jóvenes a la sobreocupación? ¿Cualquier joven, por mayor o menor cantidad de recursos económicos que posea, puede gozar de los frutos a futuro del tiempo sacrificado?
Según las cifras que arrojó el último informe del Barómetro de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina), seis de cada diez jóvenes dicen tener poco o nada de tiempo libre. Y cerca del 30% afirma que no puede disfrutar de sus ratos de ocio. Entre los 18 a 34 años, el problema aqueja al 65,2%. Al discriminar por clase social, esta investigación indica que a mayor nivel socioeconómico menor es el tiempo libre. En los niveles medios y altos, el déficit es del 66,8%, mientras que en los bajos es del 52,4%. Pero, ¿qué articula la UCA cuando habla de “tiempo libre”? ¿A qué juventud está haciendo referencia? Habría que contextualizar en detalle las condiciones de producción de dicho informe, pero es una tarea que excede este espacio. De un modo u otro, es evidente la efectividad en la influencia de este discurso y el modo en que el poco tiempo libre se convierte en un espacio para la frustración y la culpa.
Se suele caer en el verosímil de que la juventud es una etapa propicia para hacer sin parar. Claramente se abandona la idea de que «hacer» también es hacer relaciones y actividades para el desarrollo personal. Es hacer del día a día un espacio para el goce, el placer y la felicidad, entendidos como momentos despojados de controles y relojes. Hay vivencias propias de dicha etapa, que sus mismos protagonistas dejan esfumar en medio de la insaciable vorágine en que se ven inmersos.
Podríamos destacar que estamos atravesando una etapa de desmoralización en la que ha disminuido el vacío de poder en el gobierno y, evidentemente, las políticas públicas apuntan al refuerzo de los lazos solidarios entre los miembros de la sociedad. Pero también se presenta una interesante paradoja digna de análisis: como bien diría Rosana Reguillo, «al mismo tiempo que avanzan los procesos de secularización y se desdibujan las narrativas dominantes en torno al cuerpo en sus implicaciones sexuales y eróticas, se fortalecen los dispositivos de control y vigilancia sobre los cuerpos».
Entonces, ¿podremos lograr una transformación social propicia para que los jóvenes puedan redefinir su rol en la sociedad y acceder a una educación digna? Y cuando hablamos de educación, no aludimos sino a la posibilidad de aprehender valores y herramientas alternativas que generen las condiciones necesarias para una serie de cambios radicales en el pensamiento colectivo, con el fin históricamente perseguido: el de disminuir las brechas sociales que nos separan y nos vuelven extraños frente a los otros.
Por: Johanna Chiefo

Individualismo: independencia y autosuficiencia
La valorización del bienestar individual por sobre el colectivo se naturaliza entre los jóvenes. Ese creciente individualismo no se da de modo espontáneo, sino que se enmarca dentro de una sociedad en la que los nuevos modos tecnológicos determinan las actuales formas de ocio y las modalidades de relaciones. Podríamos, incluso, arriesgarnos a decir que el individualismo es un valor de época. Pero es especialmente entre estos jóvenes sobreocupados, que se evidencia un individualismo que no parece ser genuinamente decidido por sus practicantes. ¿Será que reforzar la condición de ser individual es un modo de reafirmar su independencia y diferenciarse de sus padres, logrando así una perfecta apariencia de emancipación? ¿Será que esta juventud necesita demostrar que puede sola? En ese caso, ¿puede qué y para qué? O mejor, ¿será que nos encontramos en una carrera contra el tiempo en la que la velocidad está sobreestimada, cuando en realidad lo único que produce es un estado constante de disconformidad y aislamiento? El individualismo reduce el interés por un nosotros y, por sobre todas las cosas, aleja -con una eficacia brillante-, toda posibilidad de oponerse efectivamente al orden dominante. Pareciera que este «mercado del tiempo» busca descolectivizar, para evitar la gestación de subculturas juveniles potencialmente alternativas a la vieja hegemonía. Pareciera también que, bajo el manto de la democracia, este mercado acaba profundizando las diferencias de clase.

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