¿Conoces la leyenda que le da el nombre al Arroyo Maldonado?

El arroyo Maldonado es parte de la historia viva de la ciudad de Buenos Aires.  Sus 21,30 Km de extensión nacen  en la intersección de las calles Mármol y Coronel Lynch, al oeste de la ciudad de San Justo, en el partido de La Matanza y en la ciudad atraviesa diez barrios: Versalles, Liniers, Villa Luro, Vélez Sarsfield, Floresta, Villa Santa Rita, Villa Mitre, Caballito, Villa Crespo y Palermo, para terminar en el Río de la Plata.

Históricamente fue un problema importante para los habitantes de  provincia y ciudad porque en las crecidas arrastraba consigo las casillas de los ribereños y envenenaba el aire de la ciudad con los hedores del agua.

Por estos inconvenientes  se propusieron diferentes soluciones: hacer un canal navegable, un lago o directamente entubarlo que fue la obra que se hizo. El entubamiento  comenzó en  1929 y se terminó en 1936 y estuvo a cargo de la empresa Siemmens Schukert, contratada por Obras Sanitarias de la Nación.

El automovilista que hoy recorre la hermosa avenida Juan B. Justo –la vía más rápida y efectiva entre Palermo y Liniers  sabe que avanza sobre la cubierta de un túnel gigantesco, pero con escasas excepciones la leyenda dedonde nace el nombre del Arroyo Maldonado

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La leyenda de “La Maldonado”

El nombre del  Arroyo Maldonado  tiene origen en una de esas leyendas que, a lo largo de los años, corren de boca en boca. Es la que cuenta la vida de “la Maldonado”, una de las mujeres que llegó con la expedición de Pedro de Mendoza, que el 3 de febrero de 1536 hizo la primera fundación de Buenos Aires, una precaria edificación que duraría apenas hasta 1541.

Cuando Don Pedro de Mendoza fundó por primera vez Buenos Aires, mandó construir una empalizada de protección alrededor de la pequeña población.

También dio la orden de que ningún poblador abandonase el lugar, de esta manera todos estarían protegidos de lo que desconocían.

Al mismo tiempo, los indígenas sitiaron el lugar para vengarse de las agresiones de los españoles.  Al cabo de varios días, la escasez de alimentos se hizo sentir. Una mujer, desesperada, desafió la prohibición y se escapò en busca de algo para comer. Su apellido era Maldonado y cuentan que caminó y caminó hasta caer extenuada a la entrada de una cueva, a la vera de un arroyo.

Fue entonces cuando de la oscuridad surgió una feroz hembra de puma, que dejó caer junto a la mujer un pedazo de carne que le había sobrado. Cuando la Maldonado despertó, comió de esa carne. Pero al rato sintió un rugido que la sobresaltó  y vio a la puma, que estaba echada y a punto de dar a luz.

La Maldonado observò que el animal sufría mucho y lo ayudó. Los dolores de la puma parecieron apaciguarse con los cuidados de la mujer y al rato, nacieron dos cachorros. Su madre comenzó a lamerlos con cariño y la española se quedó junto a ella.

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A los pocos días, algunos indios vieron la escena y se llenaron de respeto ante la extranjera porque  ella permanecía junto a la puma y sus cachorros.

Pero una mañana, una partida de soldados encontró sola a la mujer caminando cerca de la cueva y la llevaron de regreso al fuerte. Allí su desobediencia fue juzgada y la condenaron a muerte.

Al amanecer fue atada a un poste al lado del arroyo y la dejaron a merced de los animales salvajes. Estuvo ahí la Maldonado  hasta la noche, temblando de miedo y llorando su desgracia.

El rugido de un animal salvaje pareció anunciarle su terrible final. Luego vio la sombra de dos fieras trabándose en lucha, y poco después, uno de los animales se fue acercando lentamente hasta ella que esperaba la muerte. Pero sintió de pronto la caricia de una lengua áspera lamiéndole los pies.

Al cabo de tres días, los españoles volvieron al arroyo para verificar la muerte de La Maldonado pero encontraron a la mujer custodiada por la puma, que los atacó en cuanto se acercaron. Tuvieron que hacer disparos al aire para ahuyentar al animal.

Los soldados la llevaron de nuevo al poblado y condena no se cumplió. Si las fieras no habían podido, ningún hombre lo intentaría. Desataron a la Maldonado y la perdonaron

Con toda su carga dramática y con algunas variaciones mínimas en el relato, la leyenda se mantiene intacta, como otras historias que se cuentan de boca a boca.  Es lo que pasa con la mala fama que supo tener el viejo café La Paloma, que estaba en el cruce de aquel curso de agua con la avenida Santa Fe, donde hoy existe una gran pinturería.

En aquel café histórico recalaron grandes de la génesis del tango como Eduardo Arolas, Tito Rocatagliata, Juan Maglio o Agustín Bardi, también guapos y mujeres de vida licenciosa y había duelos a punta de cuchillo y amores  de famosos.  Pero esas son otras historias que en algún momento contaremos en El Adan.

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