¡Buenos días angustia!

Por Silvia Rolandi

La angustia es parte de nuestra vida. Nos abre a lo real. El miedo es una función vital. La angustia solo es un extremo más fino, más sensible, más refinado. ¿Qué sería del hombre sin angustia? ¿El arte sin angustia? ¿El pensamiento sin angustia? No hay vida sin riesgo, ni vida sin dolor. La angustia señala nuestra impotencia, en ello es veraz y definitiva.

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Nuestros pequeños gurúes me dan risa: quieren protegernos de ella¿Acaso nos curan de la muerte? ¿Nos protegen acaso contra la vida? No se trata de evitar, se trata de aceptar. No se trata de curar, sino de atravesar.

¿Qué pueden los ansiolíticos contra una idea verdadera?, lo que no impide que se utilicen cuando hace falta, cuando la vida, de otro modo, resultaría insoportable o atroz. Pero ¿son siempre necesarios? ¿Acaso no se paga un precio demasiado caro, con frecuencia, reemplazando el dolor por medicación o diversión, si se pierde coraje o lucidez? ¿Se desea la salud o la comodidad? ¿La capacidad de enfrentar lo real o la posibilidad de eludirlo?.

No hay esperanza sin temor, decía Espinosa, ni temor sin esperanza.

¿Y cuál es la elección? Entre otras, ésta: el sufrimiento y la angustia forman parte de lo real, forman parte de la salvación. Son eternos y verdaderos  tanto como lo demás. Y la sabiduría está en la aceptación de lo real, no en su negación.

¿Qué más natural que gritar cuando se sufre? ¿Qué más sabio que aceptar la angustia cuando se experimenta? Y a nosotros, que no estamos allí, que estamos muy lejos, nos queda aceptar la angustia, habitarla con la mayor serenidad posible. Solo es una paradoja a medias. ¿Por qué habría de tener miedo de tener miedo? Si el sabio es quien ya no tiene angustia, el filósofo quizás sea quien ya no se angustia de tenerla.

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La pregunta es:

¿Dónde termina lo normal y comienza lo patológico? Es entonces cuando me preguntaría, ¿por qué habría de tener miedo de tener miedo? La sabiduría está en la aceptación de lo real, y no en la negación. Adormecernos con ansiolíticos contra la realidad es una forma de negarla. El dolor es patológico si nos impide vivir y actuar, por eso lo mejor es transitarlo.

También es cierto que todo tránsito de un estado a otro despierta temor a lo desconocido, ese temor nos paraliza y frena el desarrollo “no se trata de evitar, se trata de aceptar, no se trata de curar, sino de atravesar”.

Es en ese atravesar, que las personas recorremos  un camino en el que nos hacemos  dueños de su nuestra experiencia vital, sin negarla, haciéndola consciente, proyectando creativamente, para poner la energía del conflicto al servicio de una comprensión más profunda de uno mismo.

No se puede suprimir el conflicto extirpándolo, como lo haría un cirujano con un tumor, sino por el contrario lo ideal sería posibilitar a la persona tomar contacto con la energía congelada en el conflicto y convertirla en disponible para su propia realización.

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