El 10 de diciembre se cumplen formalmente, 31 años ininterrumpidos de la vuelta a la democracia en nuestro país, con logros muy precisos en la conquista de derechos civiles y sociales pero también, episodios graves para la soberanía de nuestro país y la vida de sus habitantes.
Viene de la dictadura más trágica que sufrió la Argentina en toda su historia.
Viene de una guerra de Malvinas con cuatrocientos jóvenes muertos y otros tantos excombatientes que se suicidaron.
Viene de un paralizante miedo al compromiso político, fruto de los años negros que aplastaron toda forma de participación comunitaria.
Por estas oscuridades lacerantes, lo peor de estos 31 años democráticos se vivieron simplemente como un mal menor y cuando, en el primer episodio de la vuelta al sistema, allá por 1983, el presidente Raúl Alfonsín con sus aciertos y errores, generó valores o acciones que no concordaban con la ideología de las corporaciones mediáticas y económicas, fue literalmente arrasado y tuvo que dejar su cargo seis meses antes de finalizar el mandato constitucional. Así de débil fue la vuelta a la democracia, con expectativas de cambio enfrentadas a poderes destituyentes intactos.
Un poco de memoria
El sistema de poder dominante, entrelazado entre las elites económicas locales, las fuerzas armadas, la gran prensa concentrada con un poder de fuego letal, el capital extranjero y las corporaciones religiosas, no perdonaron a quienes plantearon miradas distintas a las establecidas y quisieron ir más allá de lo permitido al reiniciar el sistema.
Alfonsín intentó dividir la deuda externa entre legítima e ilegítima y el no reconocimiento de la parte ilegal, rechazó el Plan Brady para cambiar bonos incobrables de la deuda externa por estratégicos activos del estado, impulso una ley de medios para democratizar el sistema, cuestionó la concentración de poder económico, entre otras acciones.
Los poderes dominantes no le perdonaron su osadía y con campañas de prensa intensa, con la aceleración inflacionaria y los disturbios sociales que le armaron, lo echaron del poder.
Luego de Alfonsín vino el profeta riojano, quien produjo el mayor desastre jamás recordado en el plano económico, político y social, completando las exigencias de los factores de poder que ni los militares, con todo el poder de fuego, pudieron concretar.
Remató empresas del estado, destruyó las fuentes de trabajo, entregó los recursos naturales, desactivo el desarrollo científico y abrió instancias judiciales extrajeras para dirimir conflictos económicos en tribunales estadounidenses, el CIADI, que aún está vigente.
Sin embargo, fue necesario un paso más para quebrar a la República y a la autoestima de los argentinos.
Asumió De La Rua, que junto a su ministro de economía Cavallo, fueron fieles ejecutores de las órdenes del poder económico para arrasar con lo poco que quedaba.
Permitieron la estafa de los bancos quedándose con los depósitos de la gente, la pérdida de millones de puestos de trabajo destruyendo la industria, triplicaron la deuda externa y consolidaron el dominio transnacional en la economía.
La consigna “que se vayan todos” fue la respuesta desesperada de la gente y De La Rúa huyó en helicóptero, luego de una represión que dejó 26 muertos.
En semanas, pasaron por la Rosada cinco presidentes y se quedó Eduardo Duhalde para hacer una transición hasta las elecciones del 2003, en la que benefició aùn màs a las grandes empresas y a los bancos.
El mecanismo fue por decreto: dictó la pesificación asimétrica, devaluó el dólar y convirtió las deudas a una relación 1 a 1, lo que produjo una “licuación”, equivalente a 30.000 millones de dólares, que benefició a grandes empresas y bancos. La pesificación asimétrica fue una “estafa de guante blanco” donde los grandes deudores licuaron ferozmente sus deudas.
Con sus pro y sus contras
En el 2003 asume Néstor Kirchner con un 22% de voto popular.
Recuperó el estado como fuerte actor social, impartió justicia por el genocidio de la dictadura cívico – militar, promocionó una Corte Suprema de jerarquía, generó un espacio de pertenencia latinoamericana, cambio la hipótesis de guerra con Brasil y Chile a una acción de confraternización, logró la recuperación de millones de puestos de trabajo, la estatización del sistema jubilatorio, impulsa las paritarias, entre otras muchas políticas positivas.
La trama social fue cambiando de a poco y luego de muchos años, los jóvenes empezaron a participar masivamente en la política.
Esta orientación la siguió Cristina Fernández, quien profundiza las políticas públicas con la recuperación de YPF y el desarrollo científico, la renovación histórica de los códigos de convivencia y también amplia derechos a la ciudadanía.
Sin embargo, continúan sin cambios, los aspectos más repudiables de estos gobiernos: sistemas de explotación de recursos gravosos para el medio ambiente y las poblaciones afectadas, como la minería a cielo abierto y la agricultura industrial basada en los transgénicos y el monocultivo, que producen mucho dinero, pero a un costo social que es nefasto.
Las comunidades indígenas y campesinas pierden territorios por la ampliación de la frontera agropecuaria que genera, además, la destrucción sistemática de bosques y selvas en aras de expandir el negocio.
También existe una concentración extranjera monopólica en el manejo de la comercialización de alimentos, que se traduce en un remarcado de precios que no tienen justificación alguna.
31 años no son nada
No le perdonan los sectores del poder concentrado al actual gobierno, a pesar de ser los mayores beneficiarios de sus políticas, la ampliación de derechos en la población y el avance del estado en la economía, mucho menos aún, la aceptación social que aún tiene la presidenta, sobre todo entre los jóvenes.
La oposición a este gobierno no es más virulenta porque no se ha tocado nada, de los intereses concentrados de la actividad económica.
Sin embargo, la idea de que no llegue este gobierno al fin del mandato está siempre presente.
No se trata solo de dinero, los sectores de poder real no quieren resignar el dominio de la república que mantienen desde hace décadas.
Falta un año de gobierno. Sería muy bueno, no tener otro presidente expulsado como lo fue Alfonsín.
Esperamos que todos, ciudadanos bien intencionados, sean opositores u oficialistas estemos atentos a maniobras nefastas y no permitamos que desestabilicen al actual gobierno.
Más allá de las diferencias que se puedan tener, es sumamente evidente que de los 31 años de democracia, el último periodo es el más parecido a los valores que el sistema pregona.
Hace mucho tiempo que no sucede algo tan positivo en la Argentina como lo que generó esta administración, pero también, puede producir situaciones nefastas, si profundiza los aspectos negativos que comentamos en esta editorial.