En catorce países del mundo ya se ha infectado a mosquitos con una bacteria que reduce la transmisión de enfermedades como el dengue. La iniciativa es impulsada por el World Mosquito Program y se estima que ya evitó 725 mil casos de esta enfermedad. Científicas argentinas están llevando adelante investigaciones previas, necesarias para determinar si esta iniciativa podría implementarse con éxito en el país.
Wolbachia es una verdadera estrella de la biología. Es la bacteria más abundante, diversa y versátil en el planeta. Está acusada de alterar el sexo de algunos insectos hasta convertirlos en plaga. Pero, también, puede reducir la propagación de virus como el dengue cuando se infecta con ella a mosquitos que lo transmiten.
“Descubrimos que la Wolbachia bloquea el crecimiento de virus como el dengue, el chikungunya y el Zika en el cuerpo de los mosquitos Aedes aegypti”, indican desde World Mosquito Program (WMP), que lleva adelante la iniciativa en 14 países del mundo. “Hemos liberado mosquitos con Wolbachia para proteger a casi 11 millones de personas (junio de 2023)”, agregan desde la organización.
Las primeras experiencias se probaron en Australia, y luego en distintos continentes. En Sudamérica, ya se liberaron estos mosquitos infectados con la bacteria Wolbachia, para frenar el contagio. “Esta técnica de reemplazo poblacional bajó la prevalencia de dengue. En Colombia y en Brasil tuvo éxito pero hay que sortear diversos obstáculos”, señala la doctora en Biología, Marcela Rodriguero, del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (IEGEBA, UBA-CONICET).
En Sudamérica, ya se liberaron estos mosquitos infectados con la bacteria Wolbachia, para frenar el contagio, en Colombia y en Brasil.
Ella, junto con otras investigadoras, estudiaron en distintos puntos de la Argentina, si ciertas especies de mosquitos presentan esta bacteria en estado natural, datos que podrían usarse en el futuro en el país o “considerarse al diseñar estrategias de control basadas en la infección por Wolbachia”, indica la reciente publicación de Parasitology Research.
Criar mosquitos, infectarlos artificialmente con una cepa especial de Wolbachia -llamada dorada-, que inmuniza contra ciertos virus y liberar a estos insectos en determinadas áreas en distintos puntos de ciudades, “no dejan de ser técnicas caras de implementar, entonces hay que hacer muchos estudios antes”, señala Rodriguero, investigadora del CONICET.
Máxima pandemia
Rodriguero hace veinte años estudia a Wolbachia, por ser sospechosa de cambiar la sexualidad de ciertos gorgojos. Alterarlos a punto tal que, en ciertas áreas, sólo quedaron hembras asexuales, tan eficaces para multiplicarse que se convirtieron en plagas agrícolas.
Wolbachia ha estado presente en las poblaciones de insectos por millones de años y no hay evidencia de que cause daño a humanos u otros vertebrados.
Ella y el equipo saben que están ante la responsable de epidemias épicas. “Wolbachia es la pandemia más grande que hubo en la historia de la vida porque está presente en el 40 al 60 por ciento de los insectos, que son los animales más exitosos del mundo, como lo indica su cantidad”, precisa la científica.
Su abundante existencia es de larga data. En este sentido, la experta señala: “Wolbachia ha estado presente en las poblaciones de insectos por millones de años y no hay evidencia de que cause daño a humanos u otros vertebrados”.
Si bien es famosa, es necesario conocer qué ocurre en el panorama nacional con esta bacteria en relación con su presencia en los mosquitos que vuelan en el país. A este objetivo apuntó el trabajo realizado por el equipo de científicas argentinas.
“Uno -observa- debe conocer un poco la realidad para poder implementar esta técnica, saber qué está pasando en las distintas áreas del país para poder hacer una liberación racional”.
Esta técnica implica un trabajo muy consciente con la comunidad, que debe aceptar ser receptora de un exceso de mosquitos durante un tiempo.
El trabajo es arduo. “Hay muchos escollos que sortear. En Brasil -ejemplifica- tras liberar la línea australiana de mosquitos infectados con esta bacteria, se observó que se morían porque no toleraban los insecticidas del lugar. Entonces, debieron cruzar los mosquitos brasileños con los australianos para pasar el fondo genético de manera que puedan resistir y sobrevivir”.
No sólo lleva tiempo y esfuerzo la infección de los mosquitos con la cepa dorada de esta bacteria en los laboratorios antes de dispersarlos por distintas áreas de la ciudad, sino también la tarea en la sociedad. “Esta técnica implica un trabajo muy consciente con la comunidad, que debe aceptar ser receptora de un exceso de mosquitos durante un tiempo. Y se trata de un exceso de riesgo porque se enfrenta a hembras circulando, que van a picar, hasta que la propuesta empieza a funcionar”, dice.
En este sentido, recuerda que en Brasil estuvieron dos años antes de la liberación trabajando con la comunidad. “En muchos casos se hacen encuestas, se habla con los medios de comunicación y se deben abordar los temas regulatorios porque como todo esto es nuevo ni siquiera está muy claro cuáles son los organismos que deben habilitar estas liberaciones”, agrega.
Antes de llegar a dar esos pasos, el equipo buscó describir el panorama que muestran distintos puntos en la Argentina sobre la presencia natural de esta bacteria en ciertas especies de mosquitos. “Esto muestra la importancia de la ciencia básica. Sin ella, no vamos a poder llegar a aplicar un desarrollo porque las cuestiones biológicas son tan complejas que varían de lugar a otro. Y lo que funcionó en Brasil, puede no hacerlo acá. Debemos conocer primero qué tenemos, para luego llegar a una propuesta medianamente exitosa”, concluye.
El equipo
Ailén Chuchuy, Marcela Rodriguero, Ana Alonso, Marina Stein y María Victoria Micieli llevaron adelante el trabajo publicado en Parasitology Research. Ellas pertenecen a distintas entidades académicas: Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores, CONICET, La Plata; Departamento de Ecología, Genética y Evolución, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires; Instituto de Ecología, Genética y Evolución (IEGEBA), Universidad de Buenos Aires, CONICET; Laboratorio de Entomología, Instituto de Medicina Regional, Universidad Nacional del Nordeste, CONICET e Instituto de Investigaciones en Energía No Convencional, Universidad Nacional de Salta, CONICET (INENCO-CONICET). Este trabajo fue parte del doctorado de Ailén Chuchuy en la UNLP, dirigida en conjunto por Victoria Micieli y Marcela Rodriguero.