La conducción eclesiástica de la provincia, con el cardenal Ángel Rossi a la cabeza, reivindicó al obispo asesinado durante la última dictadura militar.
Uno de los pocos cardenales argentinos -el más importante rango honorífico que otorgan los pontífices- es Ángel Sixto Rossi. Este arzobispo de Córdoba recibió el birrete rojo, en el Vaticano, hace tan sólo un año, y desde sus inicios en la Compañía de Jesús, en 1976, su guía terrenal es nada menos que Jorge Mario Bergoglio.
“Ballín”, como lo llaman por su apodo los más cercanos, es el referente religioso más bergogliano de la Argentina y menos conocido en la prensa y la dirigencia nacional vernácula. Pero poco a poco levanta vuelo por sus corajudas intervenciones, como la de lograr la reincorporación de 800 empleados estatales. La muñeca jesuita hizo milagros. Pocos obispos lograron tal hito en estos tiempos mileistas.
Reivindicar a un mártir incómodo
El cardenal Rossi no conoció personalmente al obispo Enrique Angelelli, quien fue asesinado el 4 de agosto de 1976, en una ruta riojana. Pero sí “a su gente” cuando ingresó al noviciado y fue a ver al provincial (jefe) de los jesuitas que era Bergoglio, mucho tiempo antes de que llegara a consagrarse como el Papa Francisco.
“Allí quien me recibió fueron los tres seminaristas riojanos: Martínez, González y La Civitta. Los tres que Angelelli se los mandó a Bergoglio para que se los cuide. Los cuido como una madre. Inclusive no quería que subieran al ascensor solos, por si algunos andaban por ahí esperándolos. Conocí ese espíritu y muchos jesuitas, en esa época, rumbearon para La Rioja, muchos han dado una manito y han estado muy cerca de Angelelli en aquellas tierras”, contó en la misa homenaje al obispo mártir celebrada por Rossi, el sábado pasado.
“Angelelli tenía la característica de los enviados que testimonian la trascendencia de lo eterno y que captan para orientar las angustias e inquietudes de su generación. El apóstol, el hombre que toma conciencia de su misión y se entrega a ella sin límites. Eso es Angelelli. El que da la vida. El que se juega la vida. El que sabe que la vida vale en la medida del amor que lo alimente, lo inspire, por eso en el apóstol están los rasgos de un profeta”, resaltó.
“El mundo se apega a lo pasajero, el apóstol clama la trascendencia de las cosas de Dios”, agregó. “Por eso el apóstol no siempre es comprendido. Mientras que recoge angustias, experimenta soledad, pero es sobre todo amor, da su corazón a todos para olvidarse de sí mismo, por cada dolor y gemido guardado en su corazón. El apóstol es un cáliz que rebosa caridad. Por eso fue un dardo agudo que se clava en las carnes dormidas de una sociedad indiferente al dolor de su pueblo. Como un vigía que rompe con su grito estridente el silencio cómplice o cobarde”, lo definió el arzobispo cordobés desde la capilla Cristo Obrero, el mismo lugar donde Angelelli vivió ocho años, una parte de ese tiempo en el altillo, a su regreso de Roma luego de su formación sacerdotal”.
El cardenal Rossi no conoció personalmente al obispo Angelelli, pero sí “a su gente”.
En la homilía el cardenal cordobés leyó un testimonio impactante del beato Angelelli: “No me voy a morir en la cama. Esto es como un espiral. Están golpeando alrededor mío, pero al centro estoy yo. Cuando me busquen yo voy a estar allí. No puedo abandonar al rebaño. Aquí me quedo”.
El espiral son los otros mártires, reconocidos como beatos por el Vaticano como paso previo a la santidad, de la comunidad riojana: el laico y campesino Wenceslao Pedernera, más los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville.
“El recuerdo de Wenceslao, de Carlos, de Gabriel, y el obispo Enrique no es una memoria encapsulada. Es un desafío que hoy nos interpela para servir a Dios, a nuestra patria libres de prejuicios, libres de ambiciones, libres de ideología, como hombres de Evangelio, sólo el Evangelio”, cerró el jerarca de la iglesia cuartetera.
Antes de la misa, en la propia capilla Cristo Obrero, hubo una extensa y detalla conferencia dada por Luis “Vittin” Baronetto, biógrafo de Angelelli, querellante en la causa por el asesinato del obispo y miembro de la causa por la canonización de los mártires riojanos.
“Acá fue sacerdote ocho años y antes del Concilio Vaticano II Angelelli ya hablaba de los pobres y jóvenes. A las familias pobres de la Barraca Soria les dedicó la vida y desde el seminario ya los conocía. Para que vean un poco esa época de miseria, en las misas de los domingos, a cada familia se le entregaba medio kilo de carne y maíz para el locro”, disertó Baronetto, quien detalló que la llegada de Angelelli a la capilla Cristo Obrero fue luego de vivir tres años en la ciudad de Roma para su formación sacerdotal.