Homenaje al Negro Fontanarrosa

Negro!!”, dijo la partera, y el primer grito no fue un llanto sino un gol de Central. De no existir ese 26 de noviembre de 1944, a Roberto Fontanarrosa (se acepta también decir fontanarrisa) habría que haberlo inventado. Porque ningún país que crea tener genes futboleros y de amistad militante, podría jactarse de tal: sencillamente, el mundo estaría equivocado sin el célebre Inodoro Pereyra o ese aceitoso llamado Boogie.
Sepasé y divulguesé, una aldea cotidiana, un mundo simple, una bolsa con mandarinas y un millón de fantasías alcanzan para construir un universo literario, un engaño único sostenido en el tiempo a base de repetirlo en la mesa de café del bar El Cairo.
Comenzó como dibujante humorístico, al amparo de las ilustraciones de Rayo Rojo, Puño Fuerte, El Tony y Misterix.
“Andá al industrial porque en la industria está el futuro del país. Lo que se estudia ahí tiene una aplicación”, le había dicho su padre, pero el Negro colgó el tablero y la regla T en tercer año, enemistado con las matemáticas, la física y otras cuestiones del boletín.
De esos tiempos, el mejor recuerdo fue esperar los miércoles al mediodía, porque de regreso a casa paraba en un kiosco rosarino a comprar Hora Cero, la revista inventada por Germán Oesterheld. Por fines de los ´60, la vida se debatía entre el Mayo Francés, el asesinato de Luther King y la dictadura de Onganía.
Allí, en medio de su mundo que giraba al revés que las agujas del reloj, publicó su primer chiste: un policía muestra su bastón manchado de rojo-sangre dice no hay ninguna duda, eran comunistas.
Entre las fechas históricas de la vida de Fontanarrosa está grabada a fuego ese 19 de diciembre de 1971, día del inolvidable gol de Aldo Poy de palomita nada mes que a Newell’s, inspirador del cuento que relata las pericias del Viejo Casale, y del que todavía asoman algunos desprevenidos queriendo saber si realmente aquella historia ocurrió (leasé el libro Nada del otro mundo, de lectura obligada en los futboleros amantes…)
“De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro”.
Eso dijo y eso pensaba. Resistido en un mundo de pacatos literatos, era más común encontrarlo inventando historias con Caloi, Brócoli o Crist, que en la vidriera de las grandes reuniones de escritores. Allá por mediados de los ´70, cambios de diseño en la contratapa de Clarín provocaron que desde entonces muchos argentinos comenzaran a hojear el diario de atrás hacia adelante.
Pasó por la inolvidable Fierro, puso su sello quincenal en la revista Humor, fue un colaborador estrecho de Les Luthiers, a sus novelas y sus cuentos las llevan al escenario desde grandes dramaturgos hasta primerizos estudiantes de teatro.
Un día del 2007 anunció que dejaba de dibujar porque la maldita enfermedad que afectaba su cuerpo se lo impedía, aunque delegó los trazos a Crist y el siguió elucubrando imágenes en su cabeza hasta que no pudo más.
El mayor de mis defectos fue una maravillosa recopilación de cuentos y el mayor de sus defectos, fue que el 19 de julio de 2007, a los 62 años de vida y a los cien mil años de humor, en la mesa de los galanes una silla quedó vacía.
Así es la vida, uno nunca sabe.

 

Texto de Gustavo Grosso

Ilustración Sebastián Grosso

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