La chapa, modesta y con un enlozado blanco pero ya tirando a gris, estaba clavada una de las paredes de afuera. Con unas letras desteñidas, que alguna vez habían sido azules, todavía se podía leer “Bar El Progreso”. En 1968, sobre los vidrios de una tonalidad ligeramente azulada, la presentación escrita era menos pretenciosa: sólo decía “Café Bar”, sin otro aditamento.
Sin embargo, para propios y extraños, aquel lugar no tenía nada que le hiciera honor a ese nombre que aún se adivinaba sobre la chapa en la pared. Para la gente, ese bar era simplemente el “Café La Humedad”, el mismo que Cacho Castaña describió aquel año con “una baladita” que, con el tiempo, se iba a convertir en un “tangazo” de esta Buenos Aires bien tanguera.
El Café La Humedad estaba en una de las cuatro esquinas de la avenida Gaona y Boyacá, en el límite de Flores Norte. “Era en la ochava que está en diagonal al también histórico y extinguido bar Lumiton, que lucía más elegante que el café La humedad, porque hasta había un sector para familias y damas que una mampara separaba del salón. En La Humedad no se veían mujeres. No porque su ingreso estuviera prohibido sino porque no se animaban a entrar.
Como bien describe la canción, los vidrios de los ventanales tenían un tono azul, recuerdo de tiempos mejores. Pero las cortinas, que habían sido blancas, ya estaban amarillentas por el sol y oscuras por la falta de jabón. “El baño no tenía puerta y cada vez que llovía casi caía más agua adentro que afuera”, recuerda Cacho Castaña en algunas notas: “Es más, cuando en la calle paraba de llover en el local todavía seguían cayendo las gotas”. De ahí que el paño verde de las mesas de los billares estuviera siempre húmedo, para hacerle honor al “alias” con el que lo conocían en el barrio. Tal vez un poco exagerada la versión.
De a poco la ciudad cambia y se pierden lugares históricos que hacían a la identidad de los barrios porteños, como este café La Humedad, ahora convertido en un supermercado.
