Descendientes de aborígenes resisten al capitalismo

Crónica de un viaje al corazón originario en Salta

José, descendiente de la comunidad aborigen Diaguita Calchaquí, se gana la vida siendo guía turístico en el recorrido de las siete cascadas del río Colorado, en las afueras de la ciudad de Cafayate, al sur de la provincia de Salta.
Sin embargo, en El Divisadero -uno de los miradores que se encuentra dentro de la quebrada-, donde se puede admirar la ciudad, el río Loro Huasi y las provincias de Catamarca y Tucumán, fue sincero en relatar el verdadero cause de su vida: la recuperación de las tradiciones originarias.
Durante el camino, que duraría poco más de cuatro horas entre escaladas y senderos con diversa vegetación, ya podía notarse en José el compañerismo que habita en su ser por ayudar a cada uno de los “turistas aventureros” en los momentos más complejos. Quizás porque es parte de su trabajo pero también se podía respirar en el aire aquel espíritu de humildad y cariño, en los momentos que entre los presentes compartía frutas y agua.
Fue en esos momentos de descanso que José contó que ellos –por la comunidad Diaguita Calchaquí- cultivan sus propios alimentos y crían sus propios animales sin ningún tipo de adherentes químicos para su conservación, además de tener su medicina tradicional a lo largo y ancho de la montaña, con la intención de volver a vivir como alguna vez lo hicieron sus antepasados. “En la montaña es diferente el gasto que hace uno”, afirmó José explicando que muy pocos están comiendo arroz y fideos comprados en almacenes.
Para darle más veracidad a sus dichos, aunque ya resultaba convincente desde su tono de voz suave y amigable, ejemplificó a tres ancianos que tienen más de cien años, “nunca comieron algo que no fuese cosechado por ellos y aún caminan totalmente erguidos por la montaña”. Su alimentación está basada en el maíz, sémola, locro y leche tanto de vaca como de cabra. Los animales son alimentados solo con pasto, y ante la pregunta de un porteño distraído de si los vacunaban, José respondió: “¿Y para qué los vas a vacunar? Acá no hay contaminación”.
En este sentido, también pudo confirmarlo desde la medicina; resulta muy común lastimarse mientras se camina en la montaña por la cantidad de piedras puntiagudas y caminos resbaladizos presentes. José compartió su método para curarse: diseñó una cruz en la tierra, luego de la parte céntrica sacó la cantidad posible por la unión de los dedos índice y pulgar para finalmente ubicarlo en la herida. “Se aprieta y ya se paró la sangre”. Aunque cualquier médico ordinario pudiera desacreditarlo, José fue fehaciente en decir que no hay riesgo de infección, porque esta no proviene de la tierra. “El frío mata a las bacterias”, aseveró. ¿Mito o realidad? Al menos José, con cincuenta y un años de edad y metro sesenta de altura, demostró una gran agilidad cuando corrió y escaló por las piedras que solo podría lograrse con una óptima salud.

Como se organizaban los diaguitas

Antiguamente la forma de organización de la comunidad Diaguita era a partir de un Cacique que recibía el cargo por herencia. De hecho, el nombre de su comunidad se lo deben a Juan Calchaquí, que fue el Cacique que formó “el gran ejército”, reuniendo a las poblaciones que habitaban las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, La Rioja, San Juan y Santiago del Estero, para resistir la invasión española en 1561. Actualmente, los Diaguitas Calchaquíes viven dispersos con sus respectivas familias en distintos puntos de la montaña (una distancia de dos horas aproximadamente a pie entre una y otra), solo en la provincia de Salta.
Además, ya no dependen de un Cacique porque este era el encargado de dirigir al pueblo y enseñarle todo lo necesario. “Hoy en día todos sabemos de todo, entonces nos reunimos y sacamos una conclusión”, contaba José aunque también afirmó que hay un encargado en movilizar a las personas para poder reunirlas.
Aunque la época colonial haya terminado hace tiempo, las confrontaciones continúan aunque de diferentes modos; sentado en una piedra y tomando la tierra árida entre sus manos, la cual podía camuflarse por su tonalidad de piel, José recordaba los años en los que el color verde de la vegetación predominaba y, con desolación, atribuye a las bodegas este atentado a la naturaleza.
La producción vinícola de Salta está catalogada en calidad internacional y, especialmente, los vinos producidos en Cafayate. Para preservar el estándar es necesario que las precipitaciones no destruyan los viñedos, y la mejor manera de lograrlo es evitándolas: cuando una posible lluvia amenazaba el terreno, las bodegas lanzaban al cielo una bomba que esparcía las nubes y así estarían las cosechas a salvo. Pero también repercutiría sobre los Diaguitas Calchaquíes: la tierra, sagrada para ellos, estaría dañada e infértil. En reclamo, acudieron a la gobernación de Salta y tuvieron una óptima respuesta, por lo que los estallidos de las bombas dejaron de oírse. Sin embargo, a varios años del logro la tierra cada temporada es menos fértil y José se preguntó: “¿Es un daño irremediable o encontraron otro forma para que no nos quejemos?”.

El éxodo y la resistencia

La globalización también es un enemigo para la comunidad de José. “La diversión tienta mucho a la gente joven”, dijo refiriéndose a las personas que dejan la montaña y se van a vivir a Cafayate porque ahí encuentran los bailes y “la vida de las ciudades”. El colonialismo utilizó –y sigue usando- diferentes artilugios para expandir determinados imperios, en los cuales la religión y la educación no quedaron exentos. La corona española, que era acérrima al catolicismo, tenía la obsesión de eliminar la cultura aborigen.
A pesar de ello, también existieron los grises entre los colonizadores. Las misiones jesuíticas, que permanecieron hasta el siglo XVIII, promovían el intercambio cultural con las comunidades nativas y respetaban sus creencias; construyeron escuelas y talleres de trabajo conjuntamente con las comunidades.
Por esta misma razón fueron expulsados bajo la orden del Rey español Carlos III que solamente anhelaba matar o esclavizar a los aborígenes.
Sin embargo, José es hito del trabajo de la Compañía de Jesús. “Soy sincero en decirte, a través de la sabiduría de mi abuelo, que hay un Dios Cristo en quien creer. Pero también la tierra es viva, porque ella nos cría y nos come”, afirmó explicando que el humano vive por lo que siembra y cuando muere pasa a ser parte de la tierra.
El exterminio de sus antepasados sigue azotando a las nuevas generaciones y José lo entendió: “actualmente ya no existen diaguitas, sin embargo, el espíritu combativo de Juan Calchaquí también puede resurgir”.
Por esa convicción José y otros son conscientes que todavía se conservan algo de las tradiciones en cuanto a las comidas y medicaciones y que tienen que luchar por volver a la vida de sus comunidades ancestrales.
“Nosotros lo queremos recuperar porque esa es la vida sana”.
Por Santiago Carrillo

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