Del estrés y la vida sexual

Por Lic. Claudia Reynoso

Apurados vamos, corriendo venimos, no nos alcanzan las 24 horas del día para las actividades que tenemos que realizar.

A la demanda natural de energía que nuestro trabajo implica, se le suman hoy en día otro montón de exigencias tales como mantener nuestro puesto, desarrollarnos y crecer profesionalmente, los problemas económicos que nunca faltan, etc. Y cuando queremos darnos cuenta estamos bajo la égida del temido estrés.

estres

Ahora bien, es importante entender de qué hablamos cuando hablamos de estrés, para así poder hacer frente a las consecuencias que genera en nosotros y realizar aquellas conductas que pueden llevarnos a revertirlo.

El estrés no es una enfermedad, es en cambio un proceso adaptativo que nos ayuda a la supervivencia. Nuestro organismo está  preparado naturalmente para hacer frente  a determinados peligros, a diferentes situaciones inesperadas que pueden poner en juego nuestra vida. Ante un peligro inminente tenemos como opciones la huida o la lucha, poniéndose en juego una serie de mecanismos de activación del sistema nervioso.  El estrés es una respuesta del organismo que al verse sometido a determinadas exigencias activa y aumenta su respuesta para responder a esa demanda.

Actualmente los factores estresantes  son muy diferentes a aquellos peligros  para los cuales la naturaleza nos preparó. Ya no hablamos de un riesgo físico como la proximidad de un animal peligroso capaz de depredarnos, la falta de cobijo o alimento, sino de riesgo de tipo social y psicológico como el sentir que no se está a la altura de las circunstancias  en el ámbito laboral o bajo rendimiento en los estudios, problemas con las personas que uno quiere, la pérdida de algún ser querido, etc.

El estrés podrá surgir en una situación concreta y diluirse pasada la misma. O podrá hacerse crónico debido a períodos prolongados de tiempo en los que afrontemos situaciones que disparen esa reacción de activación. En ese caso estaremos en continuo estado de alarma. Esto ira en desmedro de nuestra salud, interfiriendo con el bienestar general y los diversos aspectos de la vida cotidiana. Produciendo un descenso de nuestras reservas de energía y provocando desequilibrio en nuestro organismo.

En los últimos años se han incorporado cambios en lo cotidiano que inciden en la calidad de vida de las personas como el uso de las redes sociales, el acceso a la información a través de internet, pero que al mismo tiempo nos restan tiempo de trabajo y de descanso, pudiendo ser potenciales factores de incremento del estrés.

Entre los aspectos afectados por el incremento del estrés  esta la sexualidad.  En estas circunstancias el cuerpo se activa, se prepara para sobrevivir. Quien atraviesa una situación de este orden se encuentra tenso,  alerta, preocupado, irascible, insatisfecho, insomne, con escasa concentración, cansado, intolerante a la incertidumbre y siempre a la defensiva; lejos del deseo y de las fantasías que dan fundamento y nutren la vida sexual.

Estrés y pasión

Con el estrés, biológicamente se produce un aumento de los niveles de cortisol que, si bien nuestro cuerpo lo necesita en pequeñas dosis, en niveles elevados pueden provocar la disminución de la producción de testosterona y progesterona, lo que provocaría una caída de la libido, del deseo sexual. Pudiendo desatarse incluso problemas de fertilidad.

El estrés es un poderoso “mata-pasión”, el agotamiento físico y mental reduce el apetito sexual y en muchos casos genera disfunciones (problemas en la erección o eyaculación precoz en el hombre; escasa lubricación o ausencia de la misma y dolor en la penetración en las mujeres). Estas alteraciones en la respuesta sexual en muchos casos fomentan la pérdida del deseo y empeora la vida de pareja.

Se ingresa así en una espiral que se retroalimenta, en un círculo vicioso.  Hombres y mujeres mantienen relaciones sexuales con sus parejas una o dos veces por semana en la mayoría de los casos, volcándose al trabajo y otras múltiples actividades con las que llenan su tiempo (actividades deportivas, participación ciudadana, sociales, etc).  Estas válvulas de escape hacen que agoten su energía, lleguen a sus hogares cansados y se generen pocas posibilidades de encontrarse con la pareja.

El agotamiento y el estrés provocan desinterés sexual, baja del deseo y en ocasiones la persona se obliga a mantener una relación sexual con su pareja para mantener ese vínculo, reemplazando el deseo genuino por la necesidad de complacer al otro. Comienzan a aparecer trastornos que se van instalando en la pareja, estructurándose este círculo vicioso que produce insatisfacción y frustración.

Vemos que, en este círculo, causa y consecuencia son un continuo. El estrés crónico lacera la sexualidad, atenta contra el deseo, disminuyen los encuentros sexuales, lo que a la vez produce más estrés e insatisfacción.

Las relaciones sexuales y el estrés ejercen influencia  mutua, el estrés puede afectar la cantidad o calidad de las relaciones sexuales, y esto puede ser causa o incremento del estrés. Por eso es sumamente importante pensar respecto de nuestra vida sexual. Intentar detectar si existen problemas,  si éstos tienen que ver con conflictos personales, con crisis vitales, con el estilo de vida que llevamos, con el vínculo de pareja que sostenemos, con problemas orgánicos; y realizar la consulta a un profesional en caso de q sea necesario.

Siempre estamos a tiempo de reflexionar al respecto y de cambiar aquellas cosas que no nos están haciendo bien.

Si bien el coito es una experiencia que surge de la necesidad de comunicación física y psicológica, de sentir placer, sentirse deseado, que va más allá de la mera unión de los cuerpos; debemos abandonar la concepción de la sexualidad reducida al mismo y recuperar la “sexualidad de pasillo”, en nuestra casa o en los ámbitos que compartimos con nuestra pareja.

Besos y caricias

Besos, caricias, miradas pueden ser muy estimulantes a la hora de intentar recuperar la pasión en esta vorágine en la que vivimos. Convocar el deseo que se esfumo en algún momento. Pequeños contactos que operen como estímulos, jugando con el concepto amplio de sexualidad,  espacios compartidos para el disfrute, la charla, la risa, la complicidad, pueden devolvernos momentos de intimidad sumamente placenteros que nos conecten con el disfrute.

Esto provoca una baja en el nivel de cortisol, facilitando la producción de hormonas como la progesterona y la testosterona que generan aumento de la libido.

Entramos así en un círculo virtuoso, cuanto más conectados estamos con nuestra pareja, haciendo ejercicio de nuestra sexualidad, fomentando el deseo, más reducimos el estrés, fomentamos la neurogénesis y bajamos los niveles de angustia y ansiedad.

Debemos fortalecer la comunicación con nuestra pareja, ser capaces de compartir lo que nos pasa, sin vergüenza, sin temores, reconocer donde anidan los obstáculos que nos impiden conectarnos y disfrutar. Desbloquear la capacidad de disfrute y entregarse a la intimidad y al contacto no exigente, sin la necesidad de terminar en un coito.

Tengamos en cuenta que en esta sociedad que privilegia el tiempo de trabajo por sobre el tiempo de descanso y las obligaciones por sobre el placer nos fuimos alejando del goce, del erotismo, de la conquista.

Debemos utilizar todas aquellas herramientas que apuntan a mejorar nuestra calidad de vida como hacer ejercicio, aprender técnicas de relajación, identificar las emociones negativas y los signos de estrés,  darle relevancia a nuestra vida sexual, fomentar las fantasías y re-erotizar las relaciones de pareja.

De esta manera podremos intervenir el círculo vicioso y conseguir un tiempo de calma, de encuentro, en el que seducir y ser seducidos.

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