APÁTRIDA, 200 años y unos meses

Un cacho de historia revive en las tablas porteñas

Una vez más, el célebre Rafael Spregelburd deslumbra con una propuesta de gran contenido histórico: a través de una ópera hablada, cuenta la historia olvidada de un duelo mortal por el arte nacional de fines del siglo XX allá por Morón.

¿Cómo podríamos establecer parámetros claros sobre la compleja relación entre el arte y la crítica? ¿Existe la nacionalidad en el arte? Apátrida (escrita, dirigida y actuada por Spregelburd) se sitúa en la polémica sobre el arte nacional que se dio en 1891, cuando el pintor argentino Eduardo Schiaffino y el crítico español Eugenio Auzón se enfrentaron por sus ideales: uno quiso fundar un arte nacional y el otro dijo: “Habrá arte argentino dentro de doscientos años y algunos meses”. Pero como el honor se lava con sangre, se terminaron batiendo a duelo, en una batalla mortal. A pesar de la seriedad del tema hay lugar para la sorpresa, el humor inteligente y la picardía de una dramaturgia postmoderna que da que hablar.

La situación comienza y no se sabe bien qué pasa, ni quién es quién. Los minutos pasan y el desconcierto continúa; pero, en cuanto el espectador emprenda viaje, no habrá retorno. Los cien minutos pasan volando (sí, una hora cuarenta). La pieza fue escrita sobre cartas originales de Schiaffino y Auzón (ambos interpretados por Spregelburd) con una dialéctica irreverente. Al protagonista se lo ve como pez en el agua. Preciso, intenso y convencido de cada paso, de cada latido. Porque si de algo se trata la puesta es de latidos, de una comunión de patriotas y apátridas unidos por sensaciones franeleadas de música. Una artillería de instrumentos musicales inusuales causa estragos en los cuerpos presentes: Federico Zypce (músico y actor, presente durante todo el espectáculo) usa cuerdas, arcos, baquetas, resortes, motores, tanques de nafta, radiorreceptores, metales y hasta canicas…un asombroso soundtrack en vivo, con loops y sampleos para volar cabezas.

Todo lo que sucede en el escenario arroja meteoritos al público, coloca sus cabezas en un laberinto oscuro de ideas y sensaciones encontradas, acelera el ritmo cardíaco hasta estallar. Es como presenciar una ópera en una lengua desconocida (no se entiende todo, pero asoma la piel de gallina). Spregelburd consigue eso que todos los actores buscan generar (y no saben cómo), aquello que el espectador recibe y no puede describir (porque lo sobrepasa). Sin dudas, encontró la piedra filosofal. Ojalá siga usándola con tanta maestría.

Datos de interés

Rafael Spregelburd
Con 42 años lleva escritas más de 50 obras. Sus principales maestros fueron Mauricio Kartun y Ricardo Bartis. Dictó clases de dramaturgia y actuación en cuatro universidades argentinas; también en Colombia, México, Madrid y Sevilla. Es autor comisionado en diversas instituciones de Hamburgo, Londres y Berlín. Sus obras fueron estrenadas en importantes salas de París, México, Uruguay, Roma, Viena (entre otras ciudades), traducidas a más de 10 idiomas y galardonadas con infinidad de premios. Participó en varios films, entre los que se destaca El Hombre de al lado (2010).

Reflexiones

¿Qué es el teatro argentino?

Spregelburd afirma: “No sabemos qué es el arte argentino. Un pensamiento optimista, positivista parece señalar que será del choque de ideas opuestas, enemigas, que surjan las respuestas. De una dialéctica precisa. Pero yo debo confesar que, a la vez que albergo esa esperanza, encuentro esta idea un poco decimonónica. Miro a mi alrededor y veo enfrentamientos aparentemente muy viscerales pero que no conducen a síntesis alguna.” El dramaturgo cuestiona si cuando intentamos definir las características del teatro argentino no caemos en una simplificación que responde al lugar que las otras culturas le quieren dar. Ejemplifica: “Es evidente que el teatro de Buenos Aires es muy singular, que su relación con el público es rica y dinámica, que hay una cantidad de salas activas increíble, etc. Pero también deberíamos señalar que el rasgo quizás más distintivo de este teatro “independiente” es su marginalidad. Los actores que lo cultivan no pueden aspirar a vivir dignamente de él, a insertarse en un mercado. Así, ese teatro que se llama “independiente” comienza a “depender” lentamente de los subsidios estatales, de las políticas de las pequeñas salas de los favores y el capricho de mezquinos críticos.”

SI TAN SOLO

Si mis manos no temblaran al verte,
Si la calma fuese comerciable,
Si mis besos pudieran convencerte,
Si la noche no pecara de insoportable.
Si el aire barriera los lamentos.
Si la fuerza fuese un virus contagiable,
Quizás no sentiría esto que siento.
Con un pecho menos vulnerable…
Si creyera en el destino,
Si oyeras rugir mi respiración,
Si tuviese poderes divinos,
Si supiera cantar tu canción.
Si encontrase la calma,
Para contar sin palabras lo que veo.
Si el miedo no me comiera el alma,

Te diría, hermosura, cuánto te deseo.

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