Reflexiones acerca de la muerte y la vida

“Hay vida después de la muerte, la muerte es una ilusión creada por nuestra conciencia”. Esta afirmación no proviene de un sacerdote, un pastor, un asceta hindú o algún rabino. Es la explicación de los físicos quánticos que analizando los materiales de sus investigaciones y estudiando la composición y el ritmo de nuestro cuerpo, afirman con una mirada que pretende ser estrictamente científica: …“los humanos creemos en la muerte porque nos han enseñado a creer que morimos; es decir, nuestra conciencia asocia la vida con el cuerpo, y sabemos que el cuerpo muere…la vida es solo la actividad del carbono y una mezcla de moléculas; vivimos un tiempo y después nos pudrimos bajo tierra”.

Pero dejando de lado esta frìa racionalidad, para la mayoría de los mortales comunes, todo lo que hacemos, pensamos, soñamos, no tendría sentido si no imagináramos o creyéramos que algo que perdura de nuestro paso por el mundo y que después de la vida hay algo más.

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La muerte juega un papel fuerte en nuestra cultura occidental, traspasada por una impronta materialista en la base del desarrollo de nuestra existencia, que muchas veces no permite mirar serenamente esta irremediable realidad y darnos cuenta del origen de la angustia al pensar en la desaparición física.

En la cultura occidental la muerte esta asociada a la disolución del “yo”, que esta omnipresente en una construcción social de carácter individualista que nos aleja de la idea de “un todo” que nos contiene, del que somos parte y estamos unidos por el hilo invisible de la vida y la energía que alimenta todos los alientos por igual.

El proceso de vivir y morir es natural y aunque hay innumerables explicaciones de que pasa luego de dejar esta existencia, en realidad, nadie lo sabe. En la evolución de cada ser, hay casos donde alguien vislumbra algo, cree algo, supone o analiza algo y puede trasmitir una visión más profunda referido a nuestro paso por el mundo o que ocurre en otros planos de supuesta existencia paralela, cuando no estemos más en la Tierra.

Dentro de estas ideas, la más clara es que la muerte es un proceso diario totalmente natural y que en realidad nada muere sino que todo se trasforma hacia nuevas identidades.
La medicina tradicional brinda, con una mirada desapasionada, esta realidad y nos cuenta que minuto a minuto, el ritmo incesante de muerte y vida se encuentra presente en nuestro propio cuerpo.

En la cotidianeidad de nuestro cuerpo todas las células mueren rápidamente y las reemplazan otras nuevas, incluso las neuronas. Algunas células permanecen vivas unos seis o siete años, otras pueden llegar a los diez años. Los glóbulos rojos viven unos 120 días, las células de la piel apenas dos o tres semanas. Salvo alguna zona concreta del cerebro, todo nuestro cuerpo habrá muerto varias veces si vivimos solo algunas décadas.

Pero aunque comprendamos que nuestra existencia es una infinita sucesión de vida y muerte, el apego a la vida material es profundo, la identificación con los afectos y los logros, el ritmo frenético de nuestro tiempo, y una vaga negación de nuestra finitud, dejan poco margen para pensar y hablar sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de las existencia.

La muerte es siempre una instancia sufrida e inexplicable para todos y nos aferramos a las más dispares creencias a fin de tener esperanzas de que exista una instancia posterior a nuestro paso por la Tierra. Y desde siempre el hombre ha buscado una explicación o un consuelo.

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Desde siempre

“La leyenda dice que sucedió en las calles de Bagdad. Un mercader mandó a su sirviente hacia el mercado. Pero pronto regresó temblando y muy agitado, y dijo a su amo: “En el mercado fui empujado por una mujer en la multitud, y cuando me giré, vi que la que me empujó era la muerte. Ella me miró e hizo un gesto amenazador. Amo, préstame tu caballo, porque debo huir lejos para evitarla. Correré a Samarra y allí me esconderé, y la muerte no me encontrará”.

El mercader le dejó su caballo y el sirviente se alejó en una nube de polvo. Poco después el mercader fue al mercado y vio a la muerte de pie en medio de la multitud, y le dijo a ella: ¨¿Por qué asustaste a mi siervo esta mañana? , ¿Porqué hiciste ese gesto amenazador a mi siervo? ¨. “Ese no fue un gesto de amenaza”, dijo la muerte, “fue solamente un gesto de sorpresa. Estaba sorprendida de verle a él aquí en Bagdad, ¡porque tengo una cita con él esta noche en Samarra!”.

La literatura, el arte, los relatos en la antigüedad están plagada de metáforas y pro-hombres que dejaron pensamientos y vivencias sobre el paso del ser humano en la tierra. Uno de los personajes míticos más interesantes es Hermes Trismegisto autor de innumerables trabajos esotéricos, se lo considera un profeta pagano que anunció el advenimiento del cristianismo.

Hermes Trismegisto creó la alquimia y desarrolló un sistema de creencias metafísicas que hoy es conocida como hermética. Se le han atribuido estudios de alquimia como la Tabla de Esmeralda —que fue traducida del latín al inglés por Isaac Newton— y de filosofía, como el Corpus Hermeticum. Existe un sueño de Hermes que habla de la muerte y la vida:

La Visión de Hermes

“Un día Hermes se quedó dormido después de reflexionar sobre el origen de las cosas. Una pesada torpeza se apoderó de su cuerpo, pero a medida que su cuerpo se embotaba, alguien le llamaba por su nombre -¿quien eres?- dijo Hermes asustado –Soy Osiris- la inteligencia soberana y puedo revelarte todas las cosas. -¿Que deseas? – Deseo contemplar la fuente de los seres, ¡OH Divino Osiris! y conocer a Dios. –“Quedarás satisfecho”.-

“En ese momento Hermes se sintió inundado por una luz deliciosa, en sus ondas diáfanas pasaban las formas encantadoras de todos los seres. Pero de repente, espantosas tinieblas en forma sinuosa descendieron sobre él. Hermes quedó sumergido en un caos húmedo de humo y de un lúgubre zumbido. Entonces una voz se elevó del abismo. Era el grito de la luz, seguida de un fuego sutil salió de las húmedas profundidades y alcanzó las alturas etéreas. Hermes subió y volvió a ver en los espacios. El caos se dejaba en el abismo; coros de astros se esparcían sobre su cabeza y la voz de la luz llenaba el infinito”.

-“¿Has comprendido lo que has visto?- dijo Osiris a Hermes encadenado en su sueño y suspendido entre tierra y cielo –“No”-_ dijo Hermes. -Bueno vas a saberlo. Acabas de ver lo que es dado desde la eternidad. La luz que has visto al principio es la inteligencia divina que contiene todas las cosas en potencia y encierra los modelos de todos los seres. Las tinieblas en que has sido sumergido en seguida, son el mundo material en que viven los hombres de la tierra; el fuego que has visto brotar de las profundidades es el Verbo Divino. Dios es el Padre, el Verbo es el hijo, su unión es la vida….- -¿Qué sentido maravilloso se ha abierto en mí? – Dijo Hermes- Ya no veo con los ojos del cuerpo, sino con los del espíritu. ¿Cómo ocurre eso? –“Hijo de la tierra”- respondió Osiris, es porque el Verbo está en ti, lo que en ti oye, ve y obra es el Verbo mismo, el fuego sagrado, la palabra creadora. Puesto que es así –dijo Hermes- hazme ver la vida de los mundos, el camino de las almas, de donde viene el hombre y adonde vuelve”.
En el trascurso de la historia de la humanidad, esta búsqueda es la esencia del conocimiento.

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Las distintas creencias

Para el cristiano la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna. Las escrituras dicen que llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado y al final, hasta ese cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11). El cristiano imbuido por la fe, ve la muerte con ojos distintos de los del mundo y espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, la redención eterna a través de su fe en Cristo. El mismo San Pablo se queja «del cuerpo de pecado» pidiendo ser liberado ya de él. «Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia» (Fip.1:21):»Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes”.

La religión judía no acepta el concepto mundano de la muerte: la vida es pasajera y limitada, sin importar los años que vivamos, frente a la eternidad. Como se dice que la muerte de Dios no existe, tampoco muere el alma (que es parte de Dios); el cuerpo es la vestimenta del alma. Cuando el alma se desprende del cuerpo, ya no tiene limitaciones físicas, como en vida. Al panteón, los judíos le llaman Bet Hajayim (casa de los vivos) porque consideran que la vida es eterna.

En el Islam La voz árabe waft, del verbo tawaffà, significa «muerte», entendida como el fin puesto por Dios al período predeterminado de la existencia del ser humano.
La muerte, así entendida, es el plazo concedido por Dios al hombre, pero no el final de la vida, sino el puente a una vida perdurable.
“Dondequiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aún si estáis en torres elevadas (IV, 78)”. La muerte es el trance previo a la recompensa o al castigo según como hayan sido las obras en esta vida y se habla de la existencia de dos muertes -el estado antes del nacimiento y el fin de esta vida- a las que siguen dos vidas, el nacimiento y la resurrección (Corán, II,29; XL,12).

A su vez, el budismo enseña cómo afrontar la disolución progresiva en el proceso de la muerte en los niveles físico, emocional, mental y espiritual. El budismo concibe la muerte como imbricada íntimamente con la vida: lo esencial es que la experiencia subjetiva de la propia muerte va más allá de la disolución del cuerpo, y que existe un “principio de consciencia” del estado de la mente, iluminada y en paz, u oscurecida, aferrandose a lo material y la aversión.

Para el hinduísmo la muerte es un pasaje a otra forma de ser que puede ascender o recaer en el proceso de reencarnación, y lo que importa es ser lo más virtuosos posibles para ascender y renacer post mortem. La muerte es solo un pasaje de un estado a otro del ser, en una eterna transmigración hasta lograr liberarse de las ataduras materiales. En casi todos los funerales hinduistas los cuerpos son cremados para que no caigan en la corrupción y las almas asciendan directamente al cielo hasta su regreso.

Los universos paralelos de la física quántica

La física quántica se puede decir que es una de las disciplinas científicas más cercanas a la idea de un todo universal, de una energía única que sostiene lo que existe y que todas las vidas están íntimamente relacionadas. Su mirada es desapasionada, basada en evidencias empíricas: somos seres finitos y solo podemos percibir y ver que la vida y la muerte es un constante juego natural que se da en todo momento en la naturaleza y en nuestra vida cotidiana:

“Las millones de neuronas que tenemos al comienzo de la vida, empiezan a morir a partir de los 14 años a razón de miles diariamente, mientras que el índice máximo de masa ósea de una persona se sitúa entre los 20 y los 25 años. Después de los 25, la pérdida de masa es continua. Por tanto, podemos afirmar que el envejecimiento real comienza en la adolescencia y la juventud”.

El universo de la biocéntrica en la teoría quántica, explica que la muerte, simplemente, no puede ser tan terminal como creemos.
“El espacio y el tiempo no se comportan de manera tan rígida ni tan rápida como nos presenta nuestra conciencia y si aceptamos la teoría de que el espacio y el tiempo simplemente son ‘herramientas de nuestra mente’, entonces la muerte y la idea de la inmortalidad existen en un mundo sin límites espaciales ni lineales”.

Los físicos quinticos creen que hay una cantidad infinita de universos en los que diversas variaciones de personas y situaciones existen y ocurren simultáneamente.
“Todo lo que puede suceder sucede en algún momento en todos estos ‘multiversos’ (los múltiples universos posibles), entonces, la muerte no puede existir en un sentido real. Cuando morimos nuestra vida se convierte en una «flor perenne que vuelve a florecer en el “multiverso” o en los universos paralelos«.

Hay tantas visones de la vida y la muerte, que estaría muy sano que se bajara el ritmo cotidiano que nos impone el sistema de vida materialista y se abocara tiempo y silencio a pensar en estas cuestiones esenciales para percibir la pertenencia a un todo que nos trasciende.

La vida

Como casi todas las cuestiones de una sociedad volcada al consumo y aferrada a la vida material, la muerte se ha convertido en un negocio y en este tiempo, esas pláticas de antaño, acerca de la misión del hombre, el sentido de la existencia, el misterio del más allá, prácticamente han desaparecido de la vida pública. Solo reaccionamos cuando alguien cercano, un familiar, un amigo o un personaje muy conocido fallecen, llevando nuestra mente por unos instantes a la más cruda ignorancia, sufrimiento y frustración.

Allí aparece el dolor y las cosas que hemos asimilado en el trascurso: las promesas religiosas, una lejana convicción, la esperanza de reencontrarse en otro plano.
La muerte del otro es un espejo que nos llama a la realidad: somos finitos, estamos de paso, no hace falta aferrarse a lo material para ser feliz. Casi todas las culturas antiguas tienen su libro de la muerte, escritos para la reflexión en vida, el desapego, la fe.

Si seguimos aferrados solo a las realizaciones materiales como fundamento y justificación de nuestra existencia perderemos esa experiencia incomparable de sentirnos parte de un Todo Mayor, de un Vida que todo lo abarca y que es percibida si desplegamos el amor a todo lo que existe, comprendiendo que somos una sola Vida Universal, con distintas expresiones, una de ellas, la nuestra.

En la antigüedad, y es bueno volver a esas fuente, están las grandes líneas que guían a la humanidad en las preguntas esenciales. Siempre existiò una intención, una voluntad de querer penetrar el misterio y los grandes filósofos han dejado muchas reflexiones y enseñanzas para que los humanos nos aboquemos a esa búsqueda de sentido y de unión con el universo mayor. Y como dicen esas enseñanzas, las respuestas surgen desde el interior de la vida de cada uno, no de voces externas.

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