La importancia de la sexualidad en la vida del ser humano puede medirse si se considera que de ella depende la construcción de la identidad, la elección de una pareja y la organización de una familia, la gestación, la educación y el cuidado de los hijos, la vida de relación con los otros, el cuidado de uno mismo y de los demás, las elecciones vocacionales y las actividades laborales. Mientras se discute quién debe ocuparse de la educación sexual de niños y jóvenes se desatienden cuestiones que están ocurriendo como procesos educativos relativos a la sexualidad, más sutiles y menos evidentes. Toda sociedad educa sexualmente a sus miembros como parte de los procesos de socialización, durante los múltiples aprendizajes sociales que se producen por el hecho de vivir inmersos en una cultura.
Los grupos humanos establecen formas de dividir el trabajo a partir de las diferenciaciones anatómicas sexuales; les atribuyen características a varones y mujeres; establecen rituales para organizar familias; asignan roles según la edad y el sexo, etc. Sin proponérselo explícitamente inciden en la construcción de formas básicas de comportamientos en varones y mujeres. Es decir, proporcionan una educación sexual, naturalizando sus creencias sobre aquello que consideran que deben hacer varones y mujeres por ser tales. La escuela tiene la responsabilidad social de incorporar en su quehacer pedagógico la educación sexual intencionada por ser la institución encargada de los procesos de transmisión de conocimientos y de la formación de actitudes valiosas para la vida durante la infancia y la adolescencia.
La organización psicosocial
La teoría psicoanalítica iniciada en Viena por Sigmund Freud a fines del siglo XIX rompió con la creencia de que la sexualidad comenzaba en la adolescencia con los cambios hormonales. Afirmó, con gran escándalo para su época, que el niño tiene sexualidad desde que nace y es una constante en la vida del sujeto; se organiza a lo largo del tiempo y pasa por distintas etapas. Los resultados de dicha organización dependen de la manera en que se articulan procesos biológicos, psicológicos y socioculturales. En la organización psicosexual se pueden diferenciar dos grandes períodos: uno pregenital que transcurre hasta la pubertad en el cual la sexualidad se expresa en la búsqueda del placer, evitar el dolor y las sensaciones displacenteras como el hambre, la falta de afecto. Es un impulso vital que permite preservar la vida reclamando el alimento, la protección y los cuidados. La forma en que el niño encuentre satisfechas sus necesidades básicas dejará una impronta de suma importancia para la organización de su vida psíquica.
El reconocimiento del cuerpo
Cuando en el reconocimiento del cuerpo que hace el niño en sus primeros años hay zonas prohibidas, no nombradas, consideradas sucias o chanchas, las incorpora como partes negativas de él mismo, rechazadas por quienes son las figuras más importantes y sus mediadores con el mundo. Si este proceso, en cambio, se produce con la aceptación y la valoración positiva de todas las partes del cuerpo, es posible reconocer como propio un cuerpo valorado que será fácil cuidar y respetar.
Los cuerpos son fuentes inagotables para la curiosidad de los niños (y también para los adultos). Se sorprenderán cuando un día escuchen los latidos de su corazón mientras corren; se imaginarán cómo es este órgano, se representarán adónde va la comida, de dónde viene el pis, cómo es que se producen las heces, etc.
Existen también cuestiones relativas al cuerpo que suscita en algunos adultos cierta incomodidad, desconcierto, o bien falta de respuesta precisa para aclarar las dudas. Es decir, aquellas vinculadas con la sexualidad genital. Si no obtienen respuestas satisfactorias a sus inquietudes, comentan con sus pares, navegan por la red virtual de Internet y construyen respuestas, no siempre acorde con lo que sucede en la realidad.
Cuando trabajamos estos temas en la escuela, se ven los errores que contienen, las creencias que comparten sobre las relaciones sexuales y la información equivocada como por ejemplo «la primera relación sexual no embaraza».En muchos casos la información que los niños y jóvenes obtienen está centrada en la genitalidad y deja de lado aspectos de la sexualidad que pasan por distintas necesidades según las etapas vitales de niños y jóvenes.
La sexualidad banalizada
La contradicción que observamos es que mientras se duda si hablar o no de temas sexuales en la familia o en la escuela, los medios de comunicación social utilizan la sexualidad en distintos aspecto: para lograr mayor audiencia, banalizando las relaciones sexuales, acuden al sexo explícito en diferentes programas de muy fácil acceso, y ni hablar de los sitios pornográficos de la red que exponen a adolescentes a mantener relaciones con riesgo. Parece que lo que más asusta y molesta es poner palabras a la sexualidad, pero no a la genitalidad.
No podemos girar la cabeza y no ver que cada familia, cada sociedad, fija las pautas y normas para regular los comportamientos según el sexo y las transmite mediante la educación que imparte de manera intencional y no intencional.
La familia es el primer educador sexual que genera la organización de la sexualidad, la construcción de la identidad y de la vida psíquica.
La escuela educa sexualmente de una manera activa, aunque no explícita.
Los adultos podrán decidir si se proponen dar educación sexual con determinados objetivos explícitos o pueden reflexionar sobre el tipo de educación sexual que se está produciendo en su familia. Lo que no pueden es evitarla, porque por acción u omisión hay educación sexual con distintos resultados.
Por Cynthia Mariel Sterlino y María Susana Christiansen
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