A 60 años de la publicación de «Rayuela», libro icónico de Julio Cortázar

Hace sesenta años atrás Julio Cortázar publicaba Rayuela, una novela que revolucionó el mundo editorial cuestionando desde el lenguaje hasta las leyes de género y la manera de producir literatura. Escrita en París y publicada por primera vez el 28 de junio de 1963, constituye una de las obras centrales del «boom latinoamericano», ese fenómeno literario relacionado con autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.

Cortázar fue uno de los grandes referentes de la literatura argentina, que cultivó esta pasión desde pequeño cuando sus padres lo incentivaban a salir a jugar para que no se quedara todo el tiempo en casa, leyendo y escribiendo. 

Es más, algunos teóricos relacionan el surgimiento de este «boom» justamente con 1963 por la edición de esta obra que fue traducida, entre otros idiomas, al inglés, italiano, sueco, polaco, portugués, francés, alemán, holandés, rumano y noruego. Es que Rayuela marcó un hito por la originalidad de su formato y por la riqueza de estilo que en algunos pasajes se vuelve surrealista, algo que en el momento de su escritura era vanguardia en obras literarias.

Rayuela narra la historia de Horacio Oliveira, su protagonista, y su relación con La Maga. La historia pone en juego la subjetividad del lector y tiene múltiples finales. A esta obra se la suele llamar «antinovela», aunque el mismo Cortázar prefería denominarla «contranovela». Significó un salto al vacío que lo distanció de la seguridad controlada de los cuentos fantásticos de su primera época como escritor para adentrarse en una búsqueda sin hallazgos a través de preguntas sin respuesta.

Escritor de cuentos, poesías, cartas, críticas, traducciones y más, cuando escribió Rayuela, entre 1950 y 1956, Cortázar transitaba sus primeros años de París, donde él mismo ha contado que fue pobre pero feliz. Entre sus particularidades se encuentra el leguaje que el autor inventó mediante sus protagonistas, La Maga y Horacio Oliveira: el glíglico. Se trata de un idioma muy rítmico y musical que se interpreta como un juego que solo hablan y comparten los enamorados, creando su propio universo.

Otra de las construcciones lúdicas que pueden encontrarse en Rayuela son los opuestos complementarios. En una oportunidad, Cortázar comentó que en su novela hay elementos que pueden compararse con las mandalas: aquellas representaciones gráficas y simbólicas que vienen del budismo y el hinduismo, en las cuales los colores tienen su posición y se complementan con sus opuestos.

Por otro lado, la música tiene una gran presencia a lo largo del texto. El jazz, una de las grandes pasiones de Cortázar, también tiene su protagonismo. Los integrantes del famoso “club de la serpiente” se reúnen mientras escuchan la música preferida del autor. Según él, la que permite crear con más libertad y siempre abierta a la experimentación. También se mencionan grandes artistas, músicos y pensadores, entre ellos: Homero, Roberto Arlt, William Faulkner, Michéle Morgan, Picasso, Bessie Smith, Octavio Paz, Edgar Allan Poe y Jean-Paul Sartre.

Lo cierto es que Rayuela marcó un hito por la originalidad de su formato y por la riqueza de estilo que en algunos pasajes se vuelve surrealista, algo que en el momento de su escritura era vanguardia en obras literarias. “Terminé una larga novela que se llama Los Premios, y que espero leerán ustedes un día» – le escribió Julio Cortázar en una carta a su amigo, el escritor y lingüista Jean Bernabé, a mediados de diciembre de 1958-, «quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por una novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos”.

“La verdad, la triste o hermosa verdad es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco, tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género”, explicaría al mismo Bernabé, en otra carta, seis meses después.

Ya en agosto de 1960, en una nota dirigida al editor Paco Porrúa, Cortázar le aclaraba: “Ignoro cómo y cuándo lo terminaré, hay cerca de cuatrocientas páginas que abarcan pedazos del fin, del principio y del medio del libro, pero quizás desaparezcan frente a la presión de otras cuatrocientas o seiscientas que tendré que escribir entre este año y el que viene. El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra (a menos que “baúl de turco”). Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo que me atreva a mostrarlo a alguien; y otras veces tan puro, tan poco literario… Qué sé yo lo que va a salir”.

Pero poco más de un año después, con Rayuela finalizada, el tono de Cortázar era otro: “Casi he terminado. Como una especie de libro infinito (en el sentido de que uno puede seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir) pienso que es mejor separarme brutalmente de él. Lo leeré una vez y enviaré el condenado artefacto al editor. Si te interesa saber qué pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana”, aseguró en una carta al poeta norteamericano Paul Blackburn, fechada el 15 de mayo de 1962.

“¿Querés una anécdota?”, le preguntó Cortázar a Manuel Antin en una nota que le escribió en agosto del ’64, cuando ya el “boom” era una realidad en todo el continente. «Rayuela no se iba a llamar así. Se iba a llamar ‘Mandala’. Hasta casi terminado el libro, para mí se seguía llamando así. De golpe comprendí que no hay derecho a exigirle a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano. Y a la vez me di cuenta de que Rayuela, título modesto y que cualquiera entiende en Argentina, era lo mismo; porque una rayuela es un mandala desacralizado. No me arrepiento del cambio”.

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