32 años sin nombre

por Macarena Gagliardi
(productora periodística y artista visual)

En el Cementerio de Darwin en las Islas Malvinas yacen 237 soldados argentinos.
Más de la mitad son NN o un soldado sólo conocido por Dios, como dice la inscripción sobre el mármol.

A 32 años del conflicto bélico entre Argentina y Reino Unido, por primera vez pareciera que la ilusión de identificar a esos 123 soldados argentinos se acercara un poco más a la realidad.

El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y sectores dependientes del estado formanun grupo interdisciplinario que, bajo los protocolos de la Cruz Roja Internacional, visitan a las 123 familias para recolectar muestras de ADN. Primero, se debe obtener un consentimiento informado en el que la familia haya recibido todas las advertencias del caso. Es decir, informarles también que no hay cronograma previsto para la etapa siguiente: visitar las islas para recuperar el ADN de los jóvenes muertos en combate.

De todas maneras, ya son más de 60 las familias que dieron su consentimiento y los trabajos avanzan en la recolección de muestras comparables. Técnicamente, los avances científicos hacen muy factible la identificación. Discursivamente, todas las partes involucradas
-incluyendo el gobierno británico- parecen dispuestas a colaborar en semejante misión. Pero falta concretar la “sutil” formalidad de los papeleos, avisos, permisos, acuerdos en los que se evidencia una vez más las discrepancias políticas y la funcionalidad de las tensiones “entre bandos”.

Sea cual sea el caso, la primera pregunta que vino a mi cabeza frente a los titulares que circularon para el 10 de junio sobre Malvinas y los 123 soldados desconocidos fue: ¿por qué recién ahora hablamos de este tema?

“Desde el 2003, hay una política reparadora hacia los ex combatientes. Se empiezan a pagar las deudas: el reconocimiento, el mejoramiento de las pensiones, de los programas asistenciales. Hoy la situación que tenemos es la que deberíamos haber tenido en el 83. Hay una acción política de reparación. Y también el tema de la memoria entra en la reparación y reconstrucción de qué nos pasó durante la última dictadura. Este gobierno no separa Malvinas de lo que fue la decisión de los militares”, responde Ernesto Alonso -ex combatiente y secretario de Relaciones Institucionales del Centro de Ex Combatientes de Islas Malvinas (CECIM) de La Plata.

Son muchas más las preguntas que se me disparan en torno al destino de esos 123 jóvenes fallecidos: ¿Por qué no estaban identificados? ¿Cuál es la importancia de nombrarlos? ¿Cómo es ir a visitar a tu hijo al cementerio y no saber dónde dejar las flores? Y la lista sigue.

Vamos por partes.

Alonso me explica que la falta de identificación se debió a que muchos no tenían chapitas por la negligencia imperante del ejército. “En nuestro regimiento, nos dieron un sacabocados y un pedazo de aluminio para que nos fabricáramos chapitas con el grupo sanguíneo. Yo a la mía le puse también el número del DNI con un filo”, recuerda.

Federico Lorenz, historiador especializado en el conflicto sobre las islas del Atlántico Sur (Instituto Dr. Emilio Ravignani y el CONICET), me cuenta: “En otros regimientos, los soldados llevaban consigo fotocopias plastificadas de su documento”. Lorenz agrega: “También es cierto que la mayor parte de los soldados en tierra murió a causa de bombas y minas, haciendo casi imposible la identificación de los cuerpos”. Las fosas comunes, los cementerios in situ y ser enterrado por tus compañeros o incluso por tu enemigo son situaciones inherentes a la guerra. Lorenz comparte un dato histórico sobre Malvinas: “Hasta los primeros días de junio, hubo registro de los fallecidos que se encontraban en el cementerio viejo, detrás del hospital”.

Apenas terminado el conflicto bélico, el Reino Unido ofreció “repatriar” los cuerpos. Las autoridades de Argentina y los familiares de los caídos se negaron. «No hay nada que repatriar porque están en su patria», dijeron reivindicando la soberanía sobre las islas -postura que la gran mayoría mantiene hasta el día de hoy. El gobierno británico, cuidando las sensibilidades de los isleños, eligió la ubicación del cementerio argentino de manera tal que no pueda ser visto desde ninguna comunidad de la isla. En Darwin ya había unos 47 efectivos caídos en la batalla de Pradera del Ganso. Los británicos llevaron allí el resto de los cuerpos de otras batallas, más de la mitad de estos restos pertenecen a soldados desconocidos. Los cuerpos sepultados en el viejo cementerio también se trasladaron a Darwin.

“Los listados de los caídos se construyeron por descarte, pero no se puede construir por descarte la situación de cuerpos enterrados que dice la terrible frase “soldado argentino sólo conocido por Dios”. En el diseño de la construcción de la no memoria, se creó una memoria lítica. Yo te pongo el nombre de todos sobre una piedra y no revisemos para atrás”, enfatiza Ernesto Alonso mostrando su descontento. Él y muchos familiares creen que es importante saber en qué tumba se encuentra cada soldado, reconstruir la vida de cada uno de esos jóvenes, quiénes eran, dónde vivían.

Pero la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas está en desacuerdo con esta visión y con la identificación de los 123 soldados argentinos. César Trejo, veterano de guerra y apoderado de la Comisión, argumenta: “Por un lado, no se puede mezclar los muertos de Malvinas con los desaparecidos de la dictadura. El derecho a la identificación aplica cuando no se sabe qué pasó. Acá sabemos que fueron caídos en combate. Por el otro, estaría el gran riesgo de que los habitantes de las islas y las autoridades británicas aprovecharan los trabajos en el cementerio para retomar su intención de sacar a nuestros soldados del suelo malvinense”.

Lorenz me ayuda a entender estas disputas ideológicas internas: “Los soldados de Malvinas son víctimas de la guerra, sin duda. Pero sus cuerpos sufrieron la misma desidia que el resto del pueblo argentino por estar bajo un gobierno de facto. Recibieron el mismo mal trato, desinterés y olvido”.

Trejo me cuenta que ellos también sufrieron situaciones traumáticas: “ Un compañero mío, Soria, entró a la casa abandonada de un kelper para descansar. Se recostó en la cama y el colchón tenía minas antipersonal y antitanques. Voló en pedacitos. Lo reconocimos por la patilla de los anteojos. Lo llevamos nosotros de regreso a Puerto Argentino en una palangana de metal. Pero él está identificado”. Además, me aclara: “Nosotros consideramos que a través de la Ley de Héroes todos tienen nombre, de la A a la Z. No estamos en contra de las familias que quieren identificar a sus hijos, hermanos… Pero queremos que las cosas se hagan bien, con las precauciones necesarias y que se respeta la voluntad de los que no quieren la identificación. Esperamos que el manejo de la situación sea discreto para no reavivar el dolor”.

“Hay tensión entre el Derecho Estatal y el Derecho Individual”, sintetiza Federico Lorenz cuando le consulto por las posiciones del CECIM y de la Comisión de Familiares. Me desliza un dato de relevancia: la Comisión de Familiares es la encargada del mantenimiento del Cementerio de Darwin.

“Mi hermano era el mejor soldado”

Norma Gómez es integrante de la Comisión Nacional de Ex Combatientes de Malvinas que depende del Ministerio del Interior. Su hermano Eduardo, con sólo 19 años de edad, fue muerto en la guerra.

Aquellos jóvenes soldados de entre 18 y 20 años eran en su mayoría conscriptos de familias trabajadoras provenientes del conurbano bonaerense o las provincias. Muchos de esos10.000 chicos estaban incluso cerca de terminar el servicio militar. De la “colimba” pasaron a la Patagonia y de allí a las remotas islas del Atlántico Sur para recuperar un territorio nacional usurpado por los ingleses en ultramar. En algunos casos no tenían muy claro qué sucedía, la información era escasa y confusa.

Norma todavía recuerda a su hermano en la última visita a su casa en Villa Berthét, provincia de Chaco, durante el servicio militar. Besó a su abuela y se despidió de todos hasta pronto, ya que estaba terminando la conscripción. La mujer mayor le hizo la señal de la cruz a su nieto y le entregó un crucifijo. Corría el año 1982. “Se fue sano, joven, lleno de vida y nunca más volvió”, dice Norma acongojada.

Lo próximo que supieron de él fue antes de su desembarco en las islas. Posiblemente desde Río Gallegos o Monte Caseros, Eduardo envió una carta a un tío en la que le pedía que cuidara a la abuela, a su mamá, sus hermanos más chicos y que controlara a Norma -quien con sus apenas16 años ya había migrado a la capital chaqueña. “Él era muy celoso de mí”, acota Norma. “La carta también decía que se iba a las islas y que cuando volviera le iba a pagar al tío por su ayuda”. Luego todo fue silencio, dudas y más confusión.

Terminada la guerra, un oficial militar visitó a la familia Gómez para informar oralmente del fallecimiento de Eduardo. Pero no había ningún certificado de defunción. “Mi mamá no les creyó. Entre 1982 y 1991 lo buscamos intensamente por todas partes”, me cuenta. Un largo tiempo después reclamaron el certificado que finalmente obtuvieron. “Ese certificado dice que probablemente mi hermano haya muerto entre febrero y el 14 de junio”. Mientras tanto los mitos habían tomando forma: se decía que los chicos estaban desaparecidos, que los tenían presos los ingleses, que estaban perdidos en las islas y habían sido capturados por un submarino ruso, que estaban en psiquiátricos u hospitales del continente.

En 1991 se abrieron los vuelos humanitarios a las islas Malvinas para que los familiares pudieran visitar la sepultura de sus jóvenes y hacer mantenimiento en el cementerio. Norma, junto a su madre y un hermano, fueron parte de la comitiva. La única que sabe leer es Norma y al llegar al cementerio de Darwin comenzó a buscar entre las más de 200 tumbas, la lápida con el nombre de su hermano: Eduardo Gómez. No la encontró. “Ahí se genera toda la ilusión, al no estar identificado, al no mandarnos la mitad de la medallita, digamos, crea ilusión en la familia.” Norma regresó de las islas y volvió a buscarlo, incluso fue al Hospital Psiquiátrico Borda de la ciudad de Buenos Aires. “Ya después fuimos asumiendo la idea. Pero mi abuela murió esperándolo”, murmura.

La segunda vez que pisó las islas fue en el 2.000, acompañando a otro grupo de familiares que nunca habían estado antes. La contención es muy importante porque la mayoría de los familiares se enteran allí, en Darwin, que sus hijos no están identificados. Algunos de quienes nunca fueron a Malvinas siguen desconociendo el hecho. Otros se van enterando en la actualidad a medida que los visitan miembros de la EAAF junto al equipo interdisciplinario del gobierno. Norma acota: “Es muy cruel esto”. Le pregunto qué sintió esa segunda vez en las islas: “Yo decía que debajo de las cruces mi hermano no estaba, no sé en qué lugar pero ahí no”. De todas maneras, cada vez que logra ir al Cementerio de Darwin -tarea difícil por las distancia, los costos del viaje y que sólo se hace factible en los vuelos humanitarios-, elije una cruz al azar al lado de la tumba de su primo -que sí está identificado- y deja una placa con el nombre de Eduardo. Pero los fuertes vientos cada vez vuelven a arrasar con todo.

“Por los menos ahora la leyenda “soldado argentino sólo conocido por Dios” está en español porque antes estaba en inglés”, me cuenta. Norma sigue hablando sobre la experiencia de visitar las islas, la última vez fue en 2009 cuando se inauguró el Cenotafio. “Es difícil de explicarte. Te vas y recorrés los lugares. Donde pisás, pisás agua. Te muestran donde dormían… Es muy desesperante. Me pregunto como habrá sido… Imaginate acá en el Chaco hacen 30 o 40 grados de calor, y ahí con el frío… No quiero ni pensar”.

Antes de finalizar la entrevista, hablamos de la importancia de identificar a los 123 soldados.
“El duelo no está elaborado, hasta hoy hay noches que paso llorando preguntándome por qué este hermano se fue y nunca mas volvió. Ya son 32 años de no saber nada, de no poder dejar cosas en el cementerio. Cada vez que voy a Darwin le sigo preguntando ¿Dónde estás? Dame una señal”. Y concluye: “Pido a gritos que nos ayuden, que el mundo entero nos apoye en la identificación. Es muy importante para elaborar este sufrimiento que padecemos hace 32 años”.

Es desesperante saber que no se sabe cómo sigue y que sólo será posible si primero sorteamos las diferencias en casa. Pase lo que pase, rescato el hecho de que el tema esté sobre la mesa y nos preguntemos comunitariamente qué nos pasa con este conflicto.
Es un primer gran paso.

Apartado sobre una experiencia y sus contradicciones

Antes de empezar: soy argentina y trabajo como productora para la British Broadcasting Corporation -medio público británico (particularmente no del agrado de los kelpers).

Por mi trabajo, en 2010 aterricé en aquellas islas que hasta entonces eran sólo un dibujo en el mapa de mi país y un nombre: Malvinas.

Aquel lugar de nuestro colectivo imaginario se hacía real, transitable, vivible para mí.
Al mismo tiempo, se producía una operación en el lenguaje. Los kelpers se convertían en isleños, las islas se decían Falklands o Falklans/Malvinas o a la inversa si era un informe para el servicio latinoamericano. Y estaban los hechos: se habla inglés, se maneja por la izquierda, el clima es gris, está en el medio de nada y no hay nada más ni menos que una base militar y 2000 personas con sus vidas cotidianas.

Mis Malvinas me resultaron extrañas al comienzo. Me di cuenta que la denominación políticamente correcta del territorio Malvinas/Falklands incluye la barra de división entre las palabras. “Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras”, escribió Borges en su poema Juan López y John Ward.

Quiso el azar me quedara en la isla Soledad más tiempo del programado. El día de nuestro vuelo, Chile amaneció con la tragedia del terremoto. Pasarían varios días sin poder volar vía Santiago, ruta obligatoria ya que “no se puede ir desde Argentina” -ironía misma.
Hay otro avión que va y viene de las islas, también una vez a la semana: el de las Fuerzas Aéreas Reales Británicas. Ese vuelo tiene prioridad de asientos para los militares; luego para los isleños y familiares; por último, terceros como yo. Volví a mi casa volando dentro de mi país desde las Islas Malvinas hasta Londres, pasando por Ascension Island –lugar que nunca había escuchado en mi vida o al menos no lo recordaba, hasta llegar a Buenos Aires. Rápidamente me enteré que en español aquella otra isla era Ascensión, ubicada en el Atlántico Sur exactamente a mitad de camino entre Brasil y Angola. Esta isla es prácticamente una base militar británico- estadounidense a ultramar y allí paraban los aviones ingleses a cargar combustible durante la guerra. El viaje es extremadamente largo, casi 24 hs de vuelo. Yo experimentaba todo como un absurdo, sentía que me había “tocado en suerte una época extraña” como al Juan y al John de Borges.

Pero volvamos a esos días de yapa en las islas cuando pedí a mis compañeros que me llevaran al Cementerio de Darwin. Es indescriptible lo que sentí al visitarlo. Caminé de un lado a otro, toqué la tierra, las cruces blanca, contemplé los detalles, la urna con las cartas y objetos nunca entregados o perdidos. Después, experimenté la necesidad del titilante ocultamiento que produce mi cámara fotográfica. Al capturar esas imágenes, recuperaba el cuerpo de los jóvenes caídos.

Posiblemente nunca vuelva a las islas Malvinas. Sin embargo, regreso a ellas constantemente en mis textos, investigando, siguiendo las noticias sobre el conflicto, entre las cientos de imágenes que miro sin cesar para seleccionar una nueva serie fotográfica sobre mi experiencia de Malvinas. Esta es mi manera de elaborar y resignificar. Son mis Malvinas.

En 2012, la Biblioteca Nacional exhibió Adiós sin despedida: imágenes sobre el Cementerio de Darwin. La segunda serie fue Los unos y los otros, editada por Reynaldo Sietecase en el mismo año para la revista 32 pies. Recientemente, a 32 años del conflicto, se en la versión armenia del libro Malvinas (Malvinnerde M. Sampaolesi, Editorial Antares, Ereván).

En esta oportunidad, visioné una serie de accidentes geográficos y la titulé No Man’sLand (tierra de nadie). Porque Malvinas es un paisaje verde áspero, de sierras en capas, lechos de piedras, tussocks (pastos duros) y el horizonte siempre abierto al mar. Malvinas es también un paisaje mutilado, ofrendas rotas, fosas, campos minados, trincheras, botas corroídas, cascos, balas, advertencias y cuidados.

No Man’sLand son las palabras textuales que leí en un mapa,una tarde de domingo lluviosa y muy fría volviendo de Goose Green, o mejor dicho Pradera del Ganso. Iba camino al Cementerio de Darwin. Aquel sintagma extranjero sobre el mapa plastificado del jeep fue como un aleph. Vi lo inhóspito de ese paisaje, lo eternamente remoto, la disputa como mecanismo para convertir un territorio en tierra baldía.

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